Martes, 16 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6239.
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Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos (Gandhi)
 MADRID
AQUI / NO HAY PLAYA
Candidato, ¿dónde estás?
Javier Lorenzo

La izquierda aglutinó a más de 200.000 personas el sábado en el centro de Madrid. Más o menos, ése fue el titular generalizado que ofrecieron todos los medios de comunicación. ¿Pero era sólo la izquierda? ¿Era la izquierda esa señora de cabellos mechados y bandera española en ristre? ¿Lo era el matrimonio de jubilados que caminaba al borde de la manifestación para calcular a los congregados con espíritu de contable? ¿Lo era acaso Miguel Herrero de Miñón, que discretamente se sumó a la marcha en Cibeles? ¿Lo era también el presunto autor de la canción «ETA, asesina», que añadía con un guiño que esos cedés le habían sobrado de Nochevieja? ¿Lo eran, quizá, esos ecuatorianos a los que jamás les había ocurrido que un español les aplaudiera? ¿Y lo eran, en fin, todos cuantos por primera vez en su vida aplaudían a un ecuatoriano?

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Sí, allí estaba la izquierda. Pero además, y a pesar de la negativa de la derecha a sumarse a la convocatoria, había retazos de la callada sociedad civil. Personas a las que no les importaba caminar bajo un lema que defendía la paz, la vida y la libertad y se oponía con contundencia al terrorismo. Ciudadanos a los que les pareció, sencillamente, que la muerte de dos seres humanos era motivo suficiente para hacer acto de presencia; como se lo pareció cuando asesinaron a Miguel Angel Blanco y tampoco les importó quién sujetaba la pancarta de cabeza. La del 11-E no fue una manifestación política y sectaria. No se hizo para atacar al oponente (ni en la calle Génova ni frente a la COPE hubo más que indiferencia) y renunció al frentismo, pese a que se mascullaba en pequeños corros el hartazgo por tanta crispación. En cierto modo, era similar a ir de paseo con unos amigos porque la parienta está de morros, como siempre. Pero si hasta en mitad de la calle de Alcalá, entre la muchedumbre, había puestos de pipas y patatas fritas.

En estas condiciones, en las que el único grito recriminatorio hacia los adversarios fue «el alcalde, dónde está», muchos perdieron su ocasión. Miguel Sebastián, por ejemplo. El candidato socialista a la Alcaldía dejó pasar la oportunidad, una vez más, de decir, de hacer algo; de cobrar entidad y rostro frente a los madrileños. Pero quia. A cuatro meses de las elecciones, hay que empezar a preguntarse si es consciente del papel que ha asumido o, incluso, si desea ser alcalde de Madrid, porque es tan poco lo que se le ve y se le oye que, a su lado, Simancas parece un líder carismático. La ausencia de Gallardón era el momento idóneo para que Sebastián dejase de ser un ectoplasma político y pasara a ser un candidato con redaños para desafiar a los problemas. Sin embargo, él solo se arrumbó, se echó a un lado y perdió una baza irrepetible para que comprobáramos su temple. Las pocas dudas que había sobre la reelección del actual alcalde se disiparon por completo.

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