J. M. FERNANDEZ ISLA
En arquitectura, el hecho de convocar un concurso de proyectos corresponde a un formato de gran tradición y que atesora un bien ganado prestigio. Por si esto fuera poco, el concurso ofrece, además, una solución ajustada a democracia y debidamente valorada a la hora de enjuiciar las distintas propuestas. Como bien se puede entender, la suma de todos estos valores hace de estas convocatorias un excelente vehículo para medir el aspecto intangible que habitualmente suele acompañar en origen a la idea que finalmente se va a construir.
Recientemente, la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo de Madrid (EMVS) ha tenido que posponer (por segunda vez consecutiva) un concurso para adjudicar dos parcelas en Vallecas y Carabanchel donde levantar vivienda pública. La razón del retraso se debe a que la elección de los ganadores (una vez que un jurado profesional había seleccionado nueve finalistas) tenía que surgir por votación popular. En ambas convocatorias, riadas de familiares, compañeros y otros deudos acudieron a votar a su amigo del alma; todos ellos, aparentemente, bajo los efectos de ese síndrome que el mundo anglosajón conoce como GRL (en honor de Gipsy Rose Lee, famosa stripper) y que por estos pagos atiende al más doméstico nombre de la madre del artista. Naturalmente, y con buen criterio, tanto el jurado como la EMVS han decidido cambiar el sistema.
Pero en la historia del Madrid moderno los buenos concursos de arquitectura han sido legión. Seguramente, el más famoso sea el que en 1904 fue convocado por la Dirección General de Correos y Telecomunicaciones para albergar su nueva sede. Resultaron ganadores unos arquitectos jóvenes que respondían a los nombres de Antonio Palacios y Joaquín Otamendi. Al cabo de 15 años, en 1919, el resultado de sendos concursos producirá dos obras magistrales: el Círculo de Bellas Artes (Palacios, nuevamente, vencedor) y la sede en la calle de Alcalá del Banco de Bilbao, que hoy nos ocupa y que se debe a la mano del vizcaíno Ricardo de Bastida.
Este soberbio proyecto (única obra en Madrid del, por entonces, jefe de Construcciones Civiles en el Ayuntamiento de su Bilbao natal) asume un colosalismo monumental muy al gusto anglosajón. Es decir, se ofrece como un edificio perfectamente sólido y estructurado que evita el ángulo de las esquinas mediante una composición convexa y simétrica (solución, que desde las dependencias balnearias de la ciudad de Bath hasta Regent Steet, en Londres, ha rendido sustanciosos dividendos a la arquitectura británica). Dicha composición se apoya en unas columnas de orden gigante que, en sus extremos, sujetarán los templetes de remate sobre los que cabalgan las famosísimas cuádrigas, obra de Higinio Basterra.
El conjunto del alzado que ofrece a las calles de Alcalá y Sevilla muestra una lujosa decoración exterior (el resto de las esculturas corren a cargo de Quintín de la Torre) al amparo de un clasicismo conceptual, capaz de establecer un lenguaje visual tan poderoso como paradójicamente contenido.
En el interior, el magnífico patio de operaciones con los famosos murales de Aurelio Arteta escenifica la vocación industrial del País Vasco. En 1953, Pedro Bidagor amplió el edificio por la calle Sevilla con una solución respetuosa: se limita a repetir el ritmo de vanos del edificio de Bastida, pero donde, conscientemente, (los tiempos cambian) se renuncia a cualquier alarde ornamental.
FICHA TÉCNICA
ANTIGUA SEDE DEL BANCO BILBAO (Actual BBVA).
Situación: Alcalá, 16 c/v a Sevilla y fondo a Arlabán, 3 y 5. / Arquitecto: Ricardo de Bastida Bilbao. Proyecto: 1919. / Construcción: 1920-1923. Reforma y Ampliación: 1953-1956 (Pedro Bidagor). / Reforma y ampliación: 1973-1977.
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