Martes, 16 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6239.
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 OPINION
AL ABORDAJE
El cordón
DAVID GISTAU

La imagen del «cordón sanitario» empleada por Federico Luppi nos obliga a imaginar a cada militante del PP enviado a un pabellón de infecciosos ideológicos u obligado a anunciar su llegada con una campanilla como la de los leprosos para que dé tiempo a cada progre a cruzar la acera para evitar la contaminación. No es un ejemplo de la supuesta vocación plural con que dice concebir esta sociedad la izquierda exquisita, el «marxismo-rococó» de Tom Wolfe, pero en cambio sí sintetiza el intento de erradicación del PP de la vida civil que se ha acometido esta legislatura. Y que ha incluido una invitación a pasarse al lado correcto del cordón cursada al terrorista, que en ningún caso habrá inspirado el mismo odio que esa derecha que, por gótica, es de temer que acostumbre a dormir en una cripta y salga de noche a alimentarse con la sangre de los recién nacidos raptados.

Incluso para los más envarados de prejuicios y consigna, la bomba de la T-4 y sus muertes que, como las de Corleone, han de parecer un accidente, identificó a los auténticos enemigos de la forma de vida que nos hemos dado. Y, por añadidura, señaló la irresponsabilidad de una política excluyente que pasaba por enviar al exilio interior al segundo partido nacional y que sólo ahora, cuando es evidente que fue un error, intenta repararla 'Zetapé' con una mano tendida que no es sino la del hombre que pide auxilio porque se lo están tragando las arenas movedizas en las que se metió solito a pesar de los carteles preventivos.

Rajoy estaría obligado a prestarle esa ayuda si Zetapé le hubiera presentado ayer un nuevo mapa de navegación explícito, donde quedara probado que aprendió del error y que ya jamás se entregaría a aventuras personales ajenas a los principios convenidos. Pero el apoyo a la política antiterrorista del Gobierno no ha de ser una patente de corso que autorice cualquier cosa y sacrifique el cometido de la vigilancia que convierte a la oposición en una forma necesaria, infinitamente más sanitaria que un cordón sectario, de contrapoder.

Y lo que se desprende de las intervenciones de Zetapé es que sigue enmascarando su vacío de contendido con una retórica ideal para adornar un árbol de Navidad y que todavía se hace el sueco cuando se le exigen respuestas concretas, ya sea desde un escaño o desde el mismísimo diario progubernamental. Como si en verdad estuviera ganando tiempo hasta que se extinga el ruido del atentado para continuar con un proceso que admitiría la dialéctica de las bombas y la extorsión.

Mientras, esa rimbombante llamada al consenso que hace para cumplir un objetivo impreciso y ambiguo sólo sirve para estigmatizar al PP si no acude, para ahondar el mito de la soledad de la derecha cavernaria en un momento en que Zetapé arma manifestaciones para regalarse la imagen de que él sí está acompañado, por gente tan honorable y ubicada como Luppi y por todos esos elementos radicales a los que está dispuesto a repartir credenciales de demócrata. ¿Llamada a la unidad? Desconfío de Zetapé incluso cuando trae regalos.

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