Miércoles, 17 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6240.
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Rusia rinde homenaje a Koroliov, el padre del 'Sputnik'
Este año se cumple el centenario del nacimiento del científico que diseñó el primer satélite de la Historia, lanzado hace medio siglo
DANIEL UTRILLA. Corresponsal

MOSCU.- Recién caído del cielo, Yuri Gagarin fue recibido en Moscú por una multitud entusiasmada. Tras completar su órbita pionera alrededor de la Tierra el 12 de abril de 1961, el primer cosmonauta de la Historia fue recibido en la capital de la URSS con los brazos abiertos por su valedor, el máximo líder soviético, Nikita Jrushchov, con quien se dirigió a bordo de un descapotable a la Plaza Roja. Varias decenas de metros por detrás de Gagarin, separado del nuevo superhéroe comunista por 10 u 11 coches de la comitiva, un hombre robusto de frente prominente se reacomoda en el asiento de su vehículo ajeno a la locura de sus compatriotas.

Pese a que aquel hombre había empeñado las últimas dos décadas de su vida en aupar al cosmos a aquel muchacho que ahora lo eclipsaba, nadie lo conocía. La prensa oficial se refería a él como el diseñador jefe, y su identidad sólo fue revelada tras su muerte en 1966 para mantener a raya a los espías de EEUU.

Aquel hombre anónimo de la comitiva era el astro rey de la industria espacial soviética, Serguei Koroliov. Constructor de los primeros ingenios espaciales soviéticos, Koroliov fue el San Pedro que le abrió a Moscú las puertas del cielo. Movido por su espíritu visionario, el diseñador jefe no descansó hasta que colocó la estrella roja en lo más alto del firmamento.

Nacido en 1907 en Zhitomir (Ucrania), la figura de Koroliov es en estos días motivo de homenaje en Rusia y Ucrania, donde se han emitido monedas conmemorativas por el centenario de su nacimiento. A la ofrenda floral depositada en su tumba, en la muralla del Kremlin, o la inauguración de una casa-museo en Moscú, se han unido varios actos conmemorativos en la ciudad que lleva su nombre, una localidad a las afueras de Moscú que acoge el Centro de Control de Vuelos.

Todos los hitos de la era espacial soviética surcaron antes por la imaginación de Koroliov. Al mítico lanzamiento del primer satélite artificial Sputnik en 1957 (del que se cumplirá en octubre medio siglo), le siguió la puesta en órbita de la perrita Laika a bordo del Sputnik-2, y más tarde el vuelo de Gagarin en el Vostok-1. Estos ingenios y los cohetes que los propulsaron fueron concebidos por Koroliov, que en 1945 fue enviado de incógnito a Alemania para recabar información sobre los cohetes V-2 a partir de los cuales desarrolló el R-7 (antecedente del los actuales cohetes Soyuz). Koroliov fue responsable de la primera sonda que fotografió la cara oculta de la Luna (1959), pero no vivió suficiente para ver cómo fracasaba el plan soviético para enviar una misión tripulada a la Luna.

En su juventud, Koroliov no se libró del terror estalinista y en 1938 fue enviado a un campo de concentración en Siberia (Gulag) acusado de subversión por otro diseñador jefe. «¿No servirán tus cohetes para asesinar a nuestros líderes?», le espetaron durante los interrogatorios. A raíz de aquella experiencia traumática, el ingeniero forjó un carácter escéptico y reservado.

Quienes conocieron a Koroliov lo presentan como un hombre extremadamente disciplinado, exigente e irascible, cuyo humor se volvía explosivo cuando sus subordinados no lo daban todo (ríanse de Fabio Capello). Koroliov tuvo a su cargo al primer cuarteto de galácticos (formado por Yuri Gagarin, Guerman Titov, Andrián Nikoláev y Pável Popóvich) a los que apodaba aguiluchos.

«Primera fase... Segunda... Tercera... ¡Lanzamiento ejecutado!». Estas palabras de Koroliov fueron las últimas que Gagarin oyó por radio encogido en la cabina de la cápsula Vostok-1 antes de proferir su mítico payéjali! (¡vamos allá!) un segundo antes de despegar del cosmódromo de Baikonur. «Te deseamos un buen vuelo. Todo va bien», le tranquilizó la voz, escudada bajo el nombre clave de Zaria (amanecer).

Entre los actos del centenario figura la edición de un libro del periodista y amigo del ingeniero, Yaroslav Golovanov, que ayuda a desentrañar la cara oculta del diseñador jefe. «No tenía ningún hobby», recuerda el que fuera adjunto de Koroliov, Boris Chertok. «Cualquier velada o fiesta, incluso aunque hubiera coñac, se convertía en una reunión de trabajo», recuerda.

De hecho, Koroliov suspendía a menudo sus vacaciones para volver al trabajo y se mostraba intrasigente con quienes se las pedían. Una vez llamó al KGB para que buscaran a uno de sus subordinados que veraneaba en un lugar indeterminado. En 1956, se estableció en una de las primeras barracas levantadas para los jefes en pleno desierto de Kazajistán, donde desde hacía un año se construía el primer cosmódromo del planeta. Koroliov se levantaba a las siete de la mañana y hacía un poco de gimnasia antes de desayunar. «¿Cuándo va usted a descansar?», le reprochaba de vez en cuando Yelena Fanina, que durante 10 años fue su sirvienta en Baikonur. «Cuando me muera descansaré debajo de un abedul», respondía él.

Tras diagnosticársele un pólipo sangrante en el intestino grueso, Koroliov fue ingresado en la clínica oficial del Kremlin en 1966. No salió vivo del quirófano. Se había llevado consigo al hospital dos libros del autor polaco de ciencia ficción Stanislav Lem (Regreso de las estrellas y Los diarios estelares de Ijon Tichy), un estudio sobre Einstein y unas revistas sobre problemas de astrofísica e investigaciones sobre la atmósfera de Venus y Marte. En fin, todo lo que uno necesita para irse al cielo.

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