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Siempre habrá una batalla diaria entre los que quieren que las cosas cambien y los que quieren mantener el statu quo (Gerry Adams) |
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GLOBOS DE ORO 2006 |
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De punta en blanco... o en negro |
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Numerosos vestidos con los colores del ajedrez, escotes sesentones y tatuajes guerreros en la alfombra roja |
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FERRAN VILADEVALL. Especial para El MUNDO
LOS ANGELES.-
Hay que dejar de ser trascendental y dar a la mitomanía una oportunidad. Para eso están las alfombras rojas. Para desfilar con gracia -o sin ella-, y para promocionar diseñadores, joyeros y a uno mismo. No necesariamente por este orden.
Así, frívolos y frívolas, dejaron huella en el primer desfile del año que destacó por su vuelta al glamour clásico -algún escote y pocas rodillas expuestas-, a las melenas al aire y a las joyas, pocas y grandes. O ninguna como fue el caso de Natalie Portman. Primó la elegancia por encima del color. Es decir, primó la luminosidad. No por las famosas -todas bronceadísimas-, sino por sus vestidos, muchos de ellos blancos. Al menos hubo 14. Y ya se sabe que en estos lares, más de tres es tendencia. Sus embajadoras fueron variopintas: de Meryl Streep a Kate Winslett, pasando por Drew Barrymore -por fin con sujetador, para evitar la espantá del año pasado-, y Cameron Díaz, que se sentó sola, sin compromiso y a un par de metros de la mesa del cantante Justin Timberlake, por exigencias del guión. O sea, que los organizadores arreglaron como pudieron el orden de los invitados tras saber que la pareja ya no compartía lecho.
Tampoco faltaron los negros. Los de ellos -smokings y trajes-, porque es lo reglamentario; y los de ellas, porque es la elección más segura para saraos así.
Trajeados hubo muchos: Steven Spielberg y Brad Pitt, fueron dos de ellos, por nombrar a dos generaciones distintas. Pero pingüinos hubo más. Altos como Hugh Laurie, bajos como Martin Scorsese, y equivocados, como Clint Eastwood, que se presentó hecho un agujero negro con pajarita blanca y se arriesgó a ser parado a media alfombra por alguna alma descarriada en busca de perdón.
En cuanto a las féminas de negro, Penélope Cruz fue de las destacadas. Cubierta por Chanel, la actriz lució un trapo entallado, suelto a partir de la cintura y volantes de tul, zurcido por «mi amigo Karl Lagerfeld», según declaró a una televisión americana. El reportero, por cierto, fue más allá de lo esperado inquiriendo sobre su vida personal y sobre su supuesta relación con el actor Orlando Bloom. «Compartimos el mismo círculo de amigos y nos conocemos desde hace un par de años», dijo sin poder esconder un aire de contrariedad. «Somos eso, amigos». Y desapareció, dejando paso al resto de invitados.
Entre ellos hubo un reducto rebelde, contrario a los colores del ajedrez. Mujeres, todas, con ganas de sacarles los colores a Hollywood. En especial Eva Longoria, que en su línea, atendió de Ungaro azul marino y marcando espalda -lanzando un aviso a los conservadores de que el estilo no está peleado con la sensualidad-. Pero también fue el caso de Helen Mirren, quien, a sus 61 años, se atrevió con un buen escote y un buen color turquesa. El vestido se le rasgó, después, durante la ceremonia, aunque sin mayores vergüenzas. Aparte, quedó Angelina Jolie que, enfundada en un vestido gris marengo de St. John, lució sus tatuajes cual trofeo de guerra, dejando claro que en cuestiones de rebeldía, nadie está a su altura.
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