La Guerra Civil dejó una escarcha de cadáveres en las cunetas, un osario de vivos en las cárceles, un terror de desfiles militares, una sangre que sale dando gritos... Pero también una herencia de tipografías, una lucha de tintas, una república de ilustraciones fascinantes en las decenas de revistas y periódicos que corearon las idas y venidas de ambos bandos en aquel invierno de tres años.
Las ediciones se acumulaban. Todos los gremios en combate contaban con publicaciones que fueron algo más que el responso puntual de la batalla. En ellos estaba la propaganda como forma de vanguardia. Las ciclostil lanzaban unos pliegos que eran el laboratorio en el que experimentaban ilustradores, fotógrafos, escritores, poetas que escribían con hortigas líricas sus versos... Y de aquella fiebre impresora salió un bosque editorial como un laboratorio donde se pusieron en marcha todas las nuevas fórmulas de edición en un pulso fascinante por llegar a los lectores, por invadir el territorio enemigo.
El Museo Reina Sofía recoge ahora una muestra de la agitada labor de aquellos años, cuando las minervas escupían soflamas bajo el pecado original de los tiros. La exposición (más propia de la Biblioteca Nacional), abierta hasta el 30 de abril, lleva por título Revistas y guerra. 1936-1939, de la que es comisaria Jordana Mendelson. La muestra se centra en la idea de las publicaciones bélicas como formato idóneo para la experimentación.
«La heterogeneidad y cantidad de revistas que, en ambos bandos, se publicaron durante la Guerra Civil, junto a su alto nivel de calidad», explica la comisaria, «permite y exige un conocimiento más amplio de las posibilidades que los artistas tuvieron de influir y trabajar durante los años del conflicto».
En ese tiempo nacieron revistas como Mujeres libres, Aire, Vértice, Umbral, Stajanov, Vencer, Trabajadoras, La Ametralladora y Dardo, entre muchas otras. En aquel funesto periodo en el que se apartaban los muertos del río para no ensuciar la ropa (apaleada en la orilla como un pulpo) y llevaban las mujeres refajos de arpillera, el único lugar posible para el cruce de ideas, para el odio, para intentar saquear la moral del enemigo eran estas hojas ilustradas donde se dieron cita algunos artistas esenciales de aquellos días como José Caballero, Josep Renau, Huguet, Bardesano, Teodoro Delgado, Sim, Bartoli e, incluso, Robert Capa.
«Hemos querido hacer una exposición no sólo para especialistas, sino también para el público general. Aquí se pueden encontrar joyas que sirven para estudiar la evolución artística y la situación cultural y social en un momento de guerra. Hasta ahora este legado se había estudiado desde el punto de vista de la cartelería y en su importancia como vehículo de propaganda, pero no con la nueva visión historiográfica que planteamos ahora», subraya Mendelson.
De las muchas publicaciones en marcha en el periodo guerracivilista, las impulsadas por los defensores de la legitimidad democrática desarrollaron una mayor capacidad de aventura, tanto en sus imágenes como en la composición. Las camionetas del Frente Popular distribuían por los pueblos de la República revistas como El mono azul, hoja semanal de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, adobada de poemas de Alberti y de Miguel Hernández, e ilustradas con los habituales dibujos de esforzados trabajadores llamando al combate en la portada, con el puño tenso en alto para la arenga. Eran las barricadas de papel, el merchandising visual de un prolongado luto.