MIGUEL PRIETO
Con mi camión de asistencia, uno de los 300 vehículos que dan cobertura a los equipos que permanecen en competición en el Dakar, hemos calculado que vamos a recorrer un total de 10.000 kilómetros hasta llegar al Lago Rosa, el próximo domingo. Allí me esperará mi mujer para regresar a casa... en el mismo medio de transporte. Cuando lleguemos a la capital senegalesa, me quedarán por delante otros 6.000 kilómetros más hasta llegar a España, allá por el día 30.
En las últimas jornadas hemos atravesado dos desiertos muy dispares. El primero, con tormenta de arena incluida, nos llevó hasta Tombuctú (Mali), donde buscamos desesperadamente un hotel donde pernoctar. La misión se planteó imposible -todos estaban completos- y decidimos continuar para dormir en el desierto. Éste, tipo sabana, estaba plagado de arbolitos y animales como camellos, cabras y burros, que nos salían al paso con el consiguiente peligro. Allí, dimos con un grupo de compañeros franceses e italianos -ningún español apareció por el camino-, con los que decidimos pasar la noche. El encuentro no pudo ser de lo más gratificante. En un abrir y cerrar de ojos, montamos un pequeño campamento donde no faltaron ricas viandas. Nosotros pusimos sobre la mesa unas botellas de vino y los franceses, unas latas de foie. Sin darnos cuenta, ¡nos dieron las tres de la madrugada! El tema del catering en el Dakar ha cambiado mucho en estos últimos 20 años. Rafa Tibau, un catalán que ha alquilado 18 camiones para el rally, me enseñó el otro día uno con cocina incorporada, donde almacenan 200 kilos de carne congelada. Ayer me pasé por allí a cenar en busca de un buen bistec.
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