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Siempre habrá una batalla diaria entre los que quieren que las cosas cambien y los que quieren mantener el statu quo (Gerry Adams) |
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AQUI NO HAY PLAYA |
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Gallardón, con la mano 'tuerta' |
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Antonio Lucas
Baja por la Carrera de San Jerónimo un aire faltón y venenoso que silba como un crótalo. Madrid se apoya estos días en una hendidura de desganas y en los barrios bien chillan los goznes de las cancelas como en las viejas alcazabas. Algunos políticos están jugando sus cartas contra pronóstico, engrasando con fuego la ciclostil de la peor propaganda. La última manifestación del Foro ha dejado una mercancía agria para la derecha. El centro se sazonó de ciudadanos sin soflamas, sencillamente discurriendo en un caudal único que tiene fe en lo venidero frente a quienes hacen patria con un lanzallamas. Al que no esperábamos por aquí era a Tim Robbins, cabeza de cartel de los lefties de Hollywood, un izquierdista perfumado que ha venido a exhibir su integridad contrarrembolso enredado en un festival de cine solidario o algo así. Algún asesor pagará los desperfectos del fugaz desplante de Robbins y el frío de la mano tuerta que se le quedó a Gallardón, siempre un paso a la derecha de los suyos o guiñando el ojo a una progresía de champán en la que no le espera nadie.
El alcalde de Madrid es un profesional del escapismo, uno de esos políticos reversibles que miran de reojo a los cristos y a las chulapas mientras cena por costumbre con un constructor de alto standing. Lo de Robbins no deja de ser para él un desagravio de turista distinguido. Sabe que los votos no los cosecha atusando las solapas de un guiri con prestigio, sino cortando un par de kilómetros de cinta para el vecindario, escoltado por un concejal con alma de lis y un barquillero ataviado en Cornejo. Aquí no nos damos cuenta, pero Gallardón ha hecho de la política una ambición en dirección contraria donde los que más le estorban son los suyos. El otro día, después de la manifa en la que no estuvo, dijo que «Madrid no iba a dejar de levantarse contra el terrorismo». Estas son las frases que le gustan, las que no pueden medirse desde la sintaxis, sino desde la matemática, porque detrás hay un cálculo perverso. Lo que no esperaba era que un yanqui rojeras de alquiler, silbando por la calle Luchana, le viniese romper el ábaco y a negar en público la foto por ser «de derechas», con lo que le mola a él Serrat.
El calambre limpio del sábado recorriendo el Paseo de Recoletos no tuvo nada de decorativo, como dicen algunos nerviosos. Era un «no» a los que chapotean en el pozo séptico de la política calorra, donde se desacredita por costumbre la realidad. Tampoco era una carta blanca para ese filósofo torcido de Batasuna (Otegi), que a su siniestro discurso suma la dislexia, pues esas amenazas de ETA que ahora le perturban han sido siempre las mismas, con alto el fuego y sin él. El chorro de la gente bajó a la calle para decir, sin cólera, que no se alcanza paz alguna si no se hace puntería primero con las palabras. ¿Y tú qué dices, alcalde?
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