Miércoles, 17 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6240.
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Villepin cede en su pulso con Sarkozy
El 'premier' francés reconoce que su rival presenta una «auténtica visión» del país
RUBÉN AMON. Corresponsal

PARIS.- Dominique de Villepin ha claudicado, seguramente porque la disciplina del partido gubernamental (UMP) al caudillaje de Nicolas Sarkozy relativiza cualquier maniobra de subversión y de rebeldía.

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Es verdad que el voto del primer ministro francés no figura entre quienes respaldaron al candidato presidencial del centro derecha, pero el discurso de Villepin oficiado ayer en París implica una rendición y sobreentiende una posición subalterna: «Quiero compartir mi experiencia en un espíritu de unidad. La unidad es la condición para la victoria. Creo también que el discurso de Sarkozy presenta una auténtica visión para Francia».

No ha debido resultarle sencillo a Villepin manifestarse en semejantes términos. Ceder a Sarkozy supone haber perdido el duelo personal que ambos colegas de Gobierno mantienen desde que el presidente Jacques Chirac nombró primer ministro al caballero de la melena plateada en mayo de 2005.

Era una apuesta personal que aspiraba a prolongarse en la herencia del Elíseo, pero el desgaste de la calle -guerrilla urbana, revueltas estudiantiles- y las sombras del escándalo Clearstream -Villepin conspiró contra Sarko a cuenta de un libelo financiero- han destronado las aspiraciones sucesorias en claro beneficio del ministro del Interior galo.

La agonía política de Villepin terminó por simbolizarse en la ceremonia de investidura que Nicolas Sarkozy protagonizó el domingo. No sólo porque el premier hizo el esfuerzo de presentarse en el congreso del UMP. También porque la foto de familia final -ya veremos quién se mueve- compaginaba los aliados de Sarkozy, los ministros beligerantes -Alliot-Marie- y los históricos espadachines del chiraquismo. Particularmente, el titular de Exteriores, Douste-Blazy, y el ex primer ministro Juppé, cuya incorporación a las filas de Sarko representa una de las maniobras de reclutamiento que más incredulidad han provocado en la sede de la Jefatura del Estado.

¿Qué le habrá prometido Nicolas Sarkozy? La pregunta aparece en las páginas del diario conservador Le Figaro, sobreentendiendo que el aspirante del UMP a la Presidencia de Francia ha conseguido un consenso soviético gracias al espíritu conciliador de su discurso y a las promesas que definirían su equipo de Gobierno en caso de proclamarse vencedor.

Alain Juppé podría ocupar la plaza de primer ministro, aunque los honores también se forman en el horizonte político de la ministra de Defensa. Sería la manera de explicar la insólita mutación que ha protagonizado Michele Alliot-Marie en las últimas semanas. Primero discutió el autoritarismo de Nicolas Sarkozy y amenazó con presentarse a las presidenciales de primavera como si fuera la contrafigura de Ségolène Royal. Después, en cambio, se ha erigido en una de las mayores partidarias de Sarko sin miedo a incurrir en la amnesia ni a especular con el precio de su conversión.

Unicamente queda pendiente despejarse la duda de Chirac. El jefe del Estado mantiene la incógnita sobre sus aspiraciones a un tercer mandato. Incluso ha convertido 2007 en una oportunidad para multiplicarse en las tribunas de oradores y plantear en el horizonte inmediato de tres meses todo cuanto no parece haber hecho en 12 años.

La idea de una candidatura independiente se antoja inverosímil. Especialmente, después de haberse producido la capitulación de Villepin y de haberse comprobado que Sarkozy es un punto de equilibrio poderosísimo entre la militancia de base -obtuvo el 98,1% del consenso en su investidura- y los barones del centro derecha.

Chirac no quiso asistir al ceremonial ni se avino a enviar un mensaje de solidaridad al supercandidato. Sabemos, en cambio, que mantuvo con Sarkozy una conversación telefónica el lunes. ¿Los contenidos? Seguramente los conoceremos con los hechos de aquí a febrero, aunque los allegados al presidente y las víctimas de sus mecanismos maquiavélicos tienden a descartar la sumisión de una retirada a las garras del gallo de espolones afilados. La cuestión para Chirac no es ganar las elecciones. Es idear una estrategia que pueda hacérselas perder a Sarkozy.

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