Miércoles, 17 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6240.
OPINION
 
Editorial
ESBOZOS DE DISIDENCIA EN EL MUNDO DE BATASUNA

Mientras continúan los ecos de uno de los debates parlamentarios más frustrantes de los últimos años por el durísimo enfrentamiento del presidente del Gobierno y el líder de la oposición sobre la lucha antiterrorista, la ruptura del alto el fuego está provocando movimientos en el entorno político de la banda. Arnaldo Otegi dijo ayer que el comunicado de ETA en el que amenazaba con nuevos atentados «resta credibilidad» al alto el fuego y que la actuación de la banda ha creado «confusión» en sectores «no residuales de la izquierda abertzale». Las palabras del líder de Batasuna fueron replicadas de inmediato por Pernando Barrena, que defendió la «credibilidad» del comunicado de la banda y achacó las declaraciones de Otegi a un error de traducción -que luego se demostró inexistente-, dado que la entrevista en la radio autonómica se realizó en euskara.

Es evidente que Otegi está buscando desesperadamente la recuperación de su maltrecha posición política, puesto que fue él quien, en sus contactos con el PSE y PNV, apostó por que ETA no volvería a matar. De hecho, parte del optimismo del Gobierno antes del atentado se basaba en una supuesta voluntad de la llamada izquierda abertzale de incorporarse a la legalidad. Sin embargo, socialistas y nacionalistas se muestran muy decepcionados porque Otegi no condenó el atentado.

Mientras el líder de Batasuna no hable más claro, desconocemos si lo que pretende de verdad es seguir la senda del líder del Sinn Fein y coprotagonista de la paz en el Ulster, Gerry Adams, o si lo que intenta es, sencillamente, eludir el inminente horizonte carcelario que le espera por estar inmerso en varios procesos judiciales, a punto de desembocar en sentencias condenatorias firmes.

Hay que resaltar, sin embargo, que no es frecuente que los dirigentes de Batasuna pongan peros a lo que dice ETA. Si estuviéramos hablando de un partido democrático al uso, las obviedades del líder de Batasuna -que presumió incluso de ser el primero que en la izquierda abertzale se ha dirigido a ETA para pedirle algo- no serían noticia. Sin embargo, la formación ilegalizada forma parte de un mundo dominado por las pistolas, profundamente opaco y hasta siniestro, donde los disidentes han acabado en el ostracismo, como Esnaola, Montero o Antxon, o en el cementerio, como Pertur o Yoyes. Es por ello que las palabras de Otegi son significativas y hasta arriesgadas para él, porque puestos a buscar paralelismos irlandeses también cabe el de Michael Collins.

Aún es pronto para saber si estos movimientos en Batasuna desembocan en el alejamiento de algunos sectores de la disciplina de la banda armada o incluso en una escisión como la que se produjo tras la ruptura de la tregua del 99, que dio lugar a la creación de Aralar, pequeño partido con representación en las cámaras vasca y navarra. Al decir que los sectores confusos «no son residuales», lo que Otegi quiere subrayar es que en esta ocasión son más numerosos que Aralar. Si así fuera, y una parte de Batasuna dejara de estar sometida a ETA, sería un paso positivo. Pero tendremos que verlo para creerlo.

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