FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
El pasado día 11 recibió sepultura en su Cuba natal Miguel Valdés Montoya, víctima de ese gran logro de la Revolución que es la sanidad pública. Tan importante es el logro, tan indiscutible, tan salutífero, que cuando el Líder Máximo y Verdugo Mayor se pone enfermo de verdad, tienen que llamar a España para ver si tiene arreglo, que, afortunadamente, no parece que lo tenga.
Pero a Miguel Valdés el tirano le negó la posibilidad de venir a España o ir a Estados Unidos a tratar de remediar sus problemas de corazón. ¿Pero cómo no va a tener problemas de corazón un disidente en Cuba? En realidad, el corazón es su problema; y la libertad, su única solución, pero eso mismo es lo que los funcionarios torturadores de ese régimen de sangre y propaganda, en el que deberían vivir unos cuantos años todos los españoles que lo apoyan, no le han permitido reparar, siquiera por una temporada. Se empeñaron en matarlo y murió.
Hace dos años, Miguel Valdés había sido excarcelado junto con otros presos políticos condenados por el régimen comunista en su penúltima campaña de terror, la conocida como Primavera Negra, cuando 75 pacíficos defensores de la libertad fueron condenados a penas monstruosas: hasta 20 o 30 años de cárcel por pedir libertad de expresión y democracia. Esos pocos excarcelados, siempre por presión del exterior, tenían todos graves enfermedades que las condiciones infrahumanas de las cárceles del déspota favorito de Hollywood y de la progresía hispana convertían en mortales de necesidad. Miguel Valdés quiso salir de la isla para ser operado del corazón en algún lugar donde no se guarde el alcohol para el ron y el algodón para los turistas con dinero. Tenía visa para poder haber sido hospitalizado en dos países, pero no le dejaron salir.
El pasado mes de octubre, como otros excarcelados, Miguel Valdés recibió una paliza de los sicarios de la dictadura. Creo que era el mismo mes en que Granma, el panfleto del régimen, agradecía el fervoroso respaldo a la dictadura cubana de una turba de artistas y titiriteros españoles encabezados por García Montero y Almudena Grandes, sí, esa misma que, por afonía de la también procastrista Rosa Regàs, tuvo el dudoso honor de sustituirla como locutora de cierre en la minimani de apoyo a Zapatero y su diálogo con ETA.
El Granma agradecía el apoyo de Grandes y sus chicos al régimen sanguinario, mientras Miguel Valdés comenzaba una lenta agonía que sólo terminó el miércoles pasado. A su entierro acudieron su viuda, Bárbara Collazo, y demás familia, los compañeros excarcelados, que pueden volver a la cárcel en cualquier momento, y las Damas de Blanco.
Sonó el himno nacional. Luego, sonó el silencio. Era cubano.
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