Cuando el país vive un periodo de fiebre política, llegó Timothy. Alberto Ruiz-Gallardón urde desabrocharse el cinturón o tralla que le pudiera estrechar la mayoría y aparece Tim Francis Robbins, marido de Susan Sarandon, izquierdosos de toda la vida.
Tim critica al alcalde de Madrid por haberle bicheado una foto en el Festival Internacional de Cine Solidario de Madrid. En precampaña, los candidatos tienen que fingir fotos robadas y posados, como las chupeteras de Interviú. Tim Robbins, después de trincar por la visita, se limpia el morro de caviar y dice: «Me han utilizado. Yo he venido a un festival, no a hacerme fotos con políticos de derechas». En el Palafox le esperaban Alberto y Ana Botella, entre flores y flashes; les dio el corte; hubo, apenas, un forzado apretón de manos. Es que el alcalde de Madrid siempre mira a la izquierda de la gloria, porque sabe que la derecha de la almendra le votará, aunque le deteste; tiene, además, que compensar el desgaste que le ocasionan sus enemigos mediáticos; para ello se codea con actores brechtianos, cantantes de arrabal y músicos de garaje, esos que sienten sonrojo si se les relaciona con la reacción.
Tim Robbins, un millonario de izquierdas que vive en una mansión de Berverly Hill, como tres o cuatro más de los más ricos del mundo, desde Slim a Bill Gates, ya ha descubierto que clase dirigente ya no es la que posee la riqueza, sino la que está en la onda, en la estampida virtual, en el tetógrafo, donde no se encuentran los búfalos neocom, las momias arzobispales o los lechuguinos monárquicos (incluso los reyes quieren ser progres).
Gallardón tiene que huir de los halcones fanáticos y de los fachosos si quiere seguir siendo baranda, porque muchos votantes piensan que las siglas conservadoras son estigma indeleble, una marca de infamia.
Lo veo en el Congreso; la mayoría de los mirones y politiqueras dicen que la izquierda se equivoca, pero la derecha nunca tiene razón. Gallardón, en su larga y tortuosa carrera hacia La Moncloa, tiene que codearse y retratarse con lupis, no con pichis, porque así como antes la vanguardia eran los metalúrgicos, ahora lo son los cómicos millonarios. Él mismo, y muchos de los alcaldes del PP, ya aceptan la teoría de Darwin y el cunnilingus, pero mientras los poetas vanguardistas pueden acabar en el asilo de la academia, aún faltan dos décadas para que en España se considere intelectual a alguien que diga checa.
Después del debate vi como Alberto iba perdiendo votos a borbotones. Mariano Rajoy se iba tirado al monte; seguramente, se equivocó cuando negó que todos los gobiernos, también los de derechas, se han dado la cuerda y la mojarra con ETA. Pero, cuando decían que la derecha se tira al monte, no decían rebelión de moriscos o de maquis; se referían a una fatria de ultramontanos.
Gallardón sabe que, con patadas a las mesas de paz, no ganarán las elecciones.