Jueves, 18 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6241.
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Los valores de la gallega
CARLES SANS

Dicen que uno no llega a la madurez hasta que se sorprende a sí mismo opinando de algo de un modo distinto, contrario, a como lo ha hecho siempre.

Hace unos días, a raíz de una noticia que venía en el periódico, me encontré exclamando: «¡Si es que con el tiempo se han ido perdiendo los valores!»

Los valores: un concepto que años atrás me causaba el mayor de los rechazos.

En la etapa de la transición los valores habían sido defendidos y utilizados por individuos que excusaban el inmovilismo político y social, personajes que nos advertían del peligro en que se hallaban «los valores nacionales de la Patria». Por ello nunca utilicé el elemento valor en ninguna de las tantas reivindicaciones del momento.

Pero de un tiempo a esta parte me he oído a mí mismo hablando de valores como nunca lo había hecho antes. Habré llegado a la madurez, ya que no veo en ellos la repulsa que me produjeron en mi juventud.

La noticia del periódico, sobre la que se ha escrito mucho últimamente, es la de la muchacha gallega a la cual, en la aduana del aeropuerto de México, encontraron entre sus pertenencias unas balas y un detonador siendo encarcelada y tratada como una delincuente hasta que llegó su absolución.

Todos los que seguimos este asunto nos compadecimos de la pobre chica, porque desde el primer momento no nos pareció sospechosa de ser la propietaria de la munición y, en consecuencia, la vimos como víctima de una misteriosa encerrona.

Los que hemos viajado a según qué países sabemos que te la juegas con sólo parecer que has cometido una ilegalidad, y que los acontecimientos suelen desarrollarse del modo más desafortunado que uno pueda imaginar. Es por eso que su pesadilla me mantuvo interesado hasta su desenlace. Afortunadamente, con los días, todo acabó bien y la chica pudo regresar a España sin más complicaciones. Sin embargo, lo que siguió fue todavía más extraño y, también lo deben recordar ustedes: esa misma muchacha nos sorprendió a todos posando en top-less en una de esas revistas que viven del morbo de sus lectores, y de la que cobró la considerable suma de 90.000 euros.

Al enterarme me sentí desconcertado. Me pareció que por muy bien que acabara el cuento, valerse de él para sacar dinero, basándose en el morbo de los demás, era de una gran simpleza, de una ruindad basada en el aprovechamiento de la ocasión, y de una falta de valores tan grande que me molestó.

No me horrorizo de que se haya desnudado, no (aunque esto frivolice aún más la cuestión), sino de la reflexión que emana de ello: con tal de conseguir dinero fácil y rápido los hay capaces de aprovechar cualquier ocasión. Y, si de paso, se hacen famosos y populares con ello, mejor.

A este paso, y aunque parezca un chiste de Lepe, un día de éstos aparecerá fotografiada en pelotas una edil de algún ayuntamiento, o algo así No sería de extrañar En fin, cuestión de tiempo y de falta de valores, ¿tal vez?

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