LUIS ALEMANY
MADRID.-
Celia (Nawja Nimri) atraviesa un descampado, se planta en una vía de tren y espera a que un convoy la arrolle. Cierra los ojos, los abre y comprueba que el tren pasa de lado sin tocarla. Al otro lado de la vía puede ver la figura de una mujer idéntica a sí misma que huye. ¿Es el fantasma de Celia, ya muerta, como ésta cree en un primer momento? ¿O es la sombra de la esquizofrenia?
Ése es el punto de partida de Las vidas de Celia, la nueva película del director barcelonés Antonio Chavarrías (estreno este viernes). «Al principio sólo tenía dos ideas en la cabeza», explica el cineasta. «Una, la de hacer una película sobre la cotidianeidad en la que pequeños incidentes conducen a consecuencias graves. La otra era la imagen de un suicidio frustrado que nos invite a conocer quién es esa persona que ha querido morir».
A ello: Celia vive en el extrarradio de Barcelona, tiene un hijo de cuatro años, se tapa la cara con el pelo (y eso significa algo, claro), está casada con Agustín (Daniel Giménez Cacho), vive con su hermana pequeña, Angela (Aida Folch), y se esfuerza por no descubrir un par de secretos terribles que habitan bajo su techo.
«La inercia le lleva a funcionar día a día pero carece de cualquier sensación de futuro. Eso la pone en la tensión permanente que respira el personaje a lo largo de toda la película», explica Nawja Nimri.
Sin embargo, el asesinato de una muchacha en el barrio de Celia desencadena los acontecimientos. Un detective (Luis Tosar) se cuela en su vida, desenmaraña su bloqueo psicológico... y encuentra al homicida en el rincón menos pensado de la película. Como debe ser en un buen noir.
«En realidad, yo nunca me propuse hacer un thriller, una película de género», aclara Chavarrías. «Hay un crimen en la trama, es cierto, pero ese crimen ha sido mucho menos importante para nosotros que descubrir a los personajes».
Y todos atentos, porque eso de «descubrir a los personajes» es la clave de Las vidas de Celia y del método Chavarrías. «Hicimos un rodaje muy abierto en el que teníamos un punto de partida muy simple y en el que fuimos progresando para componer los personajes», dice el cineasta. «Rodamos en orden cronológico para ir descubriendo sus razones, para ir definiéndolos de acuerdo a su propia lógica».
La película se descubre así como una red de bellas composiciones interpretativas. Ahí se cruzan Celia, perturbada y temerosa; Miguel Angel, el policía, sereno, delicado y, a la vez, contaminado por el virus de la autodestrucción; Agustín, aparentemente derrotado pero, sin duda alguna, verdugo... Sólo uno de ellos podrá redimirse.
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