MARCOS-RICARDO BARNATAN
No es la primera vez que el pintor español José Manuel Ciria (Manchester, 1960) muestra su obra en Buenos Aires. En 2001 lo hizo ya en el Centro Cultural Recoleta, el espacio de la ciudad donde alternan los mejores artistas contemporáneos, pero ahora lo hace el Museo Nacional de Bellas Artes, la institución mayor dedicada al arte de la Argentina. Un claro interés del mundo cultural porteño por un pintor de primera línea, aún joven, pero con una trayectoria activísima tanto en España como en el extranjero.
El tema de la serie que expone en Buenos Aires me es particularmente grato: La epopeya de Gilgamesh. Se trata de un texto épico sumerio que pese a su antigüedad sigue siendo universal, al que Ciria accedió después de una larga conversación que tuvimos durante una cena sobre ese mítico rey de Uruk, en la que no podían faltar las referencias literarias más próximas. Como la fascinación que Gilgamesh causó en muchos escritores como Jorge Luis Borges.
La curiosidad del artista fue mucho más allá de leer el texto, y en su taller de Madrid comenzó a pintar las imágenes que recuentan, en su personal lenguaje, la historia que quedó grabada en las 11 tablillas de barro encontradas en las ruinas de Nínive. Una selección de las 23 pinturas de gran formato cuelgan en el museo argentino, pinturas que evocan las principales escenas del poema compuesto para recordar las hazañas de un rey que vivió hace casi 5.000 años.
Gilgamesh gobernó su ciudad con sabiduría y con fiereza, por eso se lo comparó con los dioses que lo habían creado. Su vida no se borró con su muerte, y la aventura que vivió con su amigo Enkidu fue cantada y contada por los poetas sumerios que lo transmitieron oralmente manteniendo la leyenda. Se cree que tardaron varios siglos hasta que fue escrita por los sacerdotes de Sumer, a los que se consideran los inventores de la escritura.
¿Cómo se puede contar la historia de Gilgamesh en cuadros abstractos? El propio Ciria nos dice que la abstracción no es el mejor vehículo de expresión de ideas concretas, pero su obra acaba contradiciéndolo, hay también una forma de hacer una abstracción narrativa, una abstracción épica, como la hay para la abstracción lírica. La imaginación del artista transmuta el vibrante texto y nos la contagia a los que ponemos en sus cuadros nuestra mirada cómplice.
Son pinturas violentas, de gestos violentos, que se compensan con la razón de la geometría, esa tensión arquetípica de toda la obra de Ciria, juega un papel destacado en esta serie sobre Gilgamesh, colabora a producir en sus espectadores la chispa de la emoción.
Es verdad que en mí encuentra una mirada contaminada por la admiración, tanto del texto, o pretexto, como del magnífico resultado pictórico. Una mirada entusiasta de la pintura que seguramente van a encontrar estas obras en el público porteño, siempre sensible a la calidad y a la valentía de las mejores aventuras del espíritu.
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