DAVID GISTAU
Ramón Calderón preferiría gestionar una plantilla integrada por licenciados en filología, tocados con una boina existencialista, que en sus horas libres no acudieran a comer de gañote en los restaurantes de moda, sino a la tertulia del Gijón a debatir sobre lo último de Chomsky. Así, el Real Madrid sería un equipo imbatible en cualquier competición de Trivial Pursuit. Y él, el presidente okupa, no se degradaría relacionándose con todos esos quinquis ignorantes y caprichosos, entregados a instintos primitivos, que ni siquiera tensan el meñique a la hora del té, y a los que sólo tolera porque los necesita para apropiarse de todo el estatus social que concede el palco de Chamartín.
El desprecio a los futbolistas no es algo nuevo. Constituye un tópico del esnobismo intelectual, que siempre los vio como a brutos de baja estofa a los que se presta demasiada atención porque en el fondo tan sólo viven de una habilidad concreta en la que se puede adiestrar a una foca o a un chimpancé y que encima son agentes de la narcotización del pueblo. Lo que sí es nuevo es que ese discurso clasista provenga de un hombre que pertenece al mundo del fútbol, en teoría porque le apasionan el juego y los hombres que lo hacen grande, y no por motivos espurios como el afán de proyección personal.
A Calderón le basta con ingresar en un aula académica y sentirse por fin entre iguales para desahogarse con una confesión que delata cuán poco le gusta el ambiente del fútbol. En su torpeza infinita -otra más-, no sólo ha logrado afrentar de una sola vez a todas las ramas de la institución que todavía preside, hinchada incluida: con lo que se esforzó en ganársela para compensar su aroma provisional con todos esos viajes de Mr. Marshall a las peñas en los que tuvo hasta que besar niños. Además, ha demostrado no saber que, incluso cuando habla solo en la ducha, cuanto dice el presidente del Real Madrid tiene una repercusión enorme: de esto algo habrá aprendido con la lección que le ha dado la Cope.
No se atiene a los famosos códigos considerados innegociables en cualquier vestuario. Códigos según los cuales no han de ventilarse asuntos privados ni, por supuesto, arrojar a los leones a jugadores, como Guti, que bastante presión ejercida desde el exterior ya soportan como para encima no poder sentirse protegidos por su propio club. Este patrón de conducta que ha impuesto Calderón y que falta al respeto a unos jugadores a los que se ha acusado de borrachos no sólo lo sufre Guti. También Beckham. Y Cassano. Y Ronaldo. Y Salgado. Todos se han acogido a sagrado en la camaradería de unos futbolistas que, también en la entrevista de Valdebebas, dan lecciones de elegancia a su presidente mientras éste cae en barrena. Y eso que son brutos e ignorantes.
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