Jueves, 18 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6241.
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El hijo de una mujer que se suicidó con un grupo proeutanasia cree que fue «víctima de una gentuza»
GEMA PEÑALOSA

ALICANTE.- «Mi madre ha sido víctima de una gentuza que quiere hacer propaganda de la eutanasia. Hay que tener mucho estómago para ver morir a una persona», sentencia entre sollozos, pero con un tono firme, el hijo de la mujer que el pasado viernes decidió poner punto final a la enfermedad paralizante que la estaba consumiendo, acompañada por tres miembros de una asociación proeutanasia. Domingo Biver todavía no ha encajado la manera que eligió Madeleine para abandonar la vida y piensa que fue «una tontería», fruto de un impulso.

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Sin embargo, a la vista de los hechos Madeleine tenía muy claro que no quería seguir teniendo como compañera de viaje a la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que se instaló en ella hace seis años. El viernes fue el día elegido para desaparecer. Lo hizo en compañía de otras tres personas en su casa de Alicante junto al mar. Unas pastillas le ayudaron a iniciar un viaje sin retorno que ya está en los tribunales.

Su hijo ha denunciado los hechos y un juez de Alicante ya tiene el caso sobre la mesa. Ni la carta de despedida que Madeleine le dejó ha frenado una batalla que emprendió el sábado, cuando se enteró de la noticia, y que piensa llevar «hasta el final».

En el escrito, su madre le pedía que no se enfadara ni que estuviera triste. Lo primero lo ha conseguido; lo segundo, no. «Escribió que la enfermedad iba a ir más allá, a peor, y que su intención con la tontería que ha hecho era poner al corriente al Gobierno de la enfermedad que sufría para que cambiara las leyes sobre la eutanasia», añade Domingo. Pero no lo comprende. «Había tres personas viendo el espectáculo. Tres», insiste con rabia.

Movimientos limitados

En los últimos tiempos, la vida de Madeleine se había complicado. Vivía en un segundo piso sin ascensor, lo que limitaba enormemente sus movimientos y su forma de vida. Dependía de sus vecinas para salir a la calle, y si no estaban tenía que conformarse con quedarse en el balcón y contemplar el mar en la silla de ruedas a la que la ELA la había condenado. Una situación dura para una mujer que, según su hijo, había tenido una vida muy intensa. Un modo de vivir que la llevó a varios países años atrás, hasta que la enfermedad irrumpió en su vida.

«La mujer estaba muy sola. A su hijo se le veía poco por aquí», señala uno de los vecinos. Domingo se defiende. «Nos veíamos cada dos o tres semanas, pero porque soy camionero y las rutas que hago son internacionales», replica a quienes cuestionan el papel que ha desempeñado en la enfermedad de su madre. «No estaba loca, ni sola, ni abandonada. Era una mujer con un carácter muy fuerte», añade.

Domingo reconoce que a Madeleine más de una vez le rondó la idea de provocar su muerte, pero piensa que su madre ha sido «un cebo» y confía en que la Policía encuentre a quienes la acompañaron en lo que se denomina un suicidio asistido.

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