BEATRIZ PULIDO
QUÉ: Un desfile de modelos de clientas de una 'boutique' de Hortaleza
CUANDO: Ayer, a las 19.00 horas. Esta noche se repite
DONDE: En la quinta planta del mercado las Ventas (Virgen de la Alegría, 10)
A estas modelos recién pintadas no les van a controlar el peso antes de salir a escena. No tienen talla 36, ni falta que hace. La pasarela en la que desfilan quizá no desborde glamour, pero despliega altas dosis de desparpajo. Todo hay que decirlo, la sala huele un poco a hortaliza y a producto cárnico. El lugar ayuda porque este desfile le ha brotado como un cogollo al mercado de Ventas. La boutique A. Llamazares ha establecido en su quinto piso su centro de operaciones. María, su dueña, ha sacado la lista de clientas más fieles y le ha birlado unas cuantas al mercado para, tan sólo en diez días, crear esta pasarela del mercado de Ventas. Un poco antes de empezar, con las mujeres a medio vestir, el teléfono móvil colgándole del cuello y su hija pequeña del brazo, aquello da vértigo. «Estoy hasta arriba», se queja la dueña de la tienda: «Mamá quiero jubar». «Vete con la abuela, anda», y la mujer continúa sus explicaciones con esa cabeza multitarea que tienen las madres. «La idea es que la gente que acude a este mercado sea la que luego va a comprar la ropa para ir a una fiesta o a una boda, gente corriente. No hace falta tener una talla minúscula para desfilar»... «Mami, me visto ¿ya?»... La organización del evento le ha llevado poco más de una semana. En ese tiempo ha pegado carteles por el mercado y a última hora ha ido adaptando los trajes de noche a las hechuras de las modelos. «Qué le pensáis hacer a Manoli», le pregunta insistente Rosa a la dueña de la boutique. Con mucho humor, esta clienta se ha presentado voluntaria para pasear palmito. Dos bodas (sin funeral) y su nuera, que le dio un papelito donde venían las señas de la tienda, le convirtieron en una clienta fiel de María. «Voy de repollo. Yo pensaba que adónde iba yo con este tipo que tengo, pero me convencieron y ya me ves». Entre bastidores, el ambiente se caldea. El aliento del secador y la aglomeración de las modelos consigue elevar la temperatura. A María Luisa la captaron entre los tomates y las lechugas y ahora la envuelve un vistoso traje chicle con un fular puesto con gracia. «Estoy acostumbrada al público porque actúo en una coral. La clave está en llegar hasta el final de la pasarela y volver sin caerse». Le ha pillado todo tan de sorpresa que no se lo ha podido decir a nadie. «Llevo aquí desde las 17.00 horas, pocas llamadas he podido hacer». Un rato más tarde y encima del escenario demostrará que la sonrisa y la naturalidad no se trabajan, sino que vienen de fábrica. En aquel cuartucho diminuto que sirve de vestidor, se derraman ropas y telas como una cascada de seda y color. Un carrito de metal, con el euro incorporado, sirve de perchero improvisado. A él se agarra Carmen, que va a salir al tendido con esguince incluido: «Por las amigas lo que haga falta y como no tengo complejos voy a ir glamurosa». A última hora, a punto de dar las 19.00 horas, las modelos se revolucionan. «María, no nos has dicho cómo vamos a ir». «Primero, las marrones. Bueno, y si no improvisamos». La modista, Amelia, va de aquí para allá, con un bolso lleno de alfileres sujeto en el pecho, dando los últimos retoques y ajustando. Al final han aparecido varias jóvenes atraídas por la pasarela. «No las había visto en mi vida. Por eso hemos traído centenares de prendas de todas las tallas», asegura la omnipresente María, que ha heredado de su madre, Angela, el don de la ubicuidad. Un poco antes de la sesión se ha organizado una sesión de maquillaje, así que desde primera hora no falta público asistente al acto. Cuando las modelos empiecen a desplegar su arte sobre el escenario se unirán carniceros, pescaderos, y demás personal del mercado, a los familiares de las modelos.
|