Jueves, 18 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6241.
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Un 'rigor mortis' favorecedor
SILVIA GRIJALBA

La primera vez que vio un vídeo de Marilyn Manson pensó que era el hombre más sexy del mundo. Pero cambió de opinión al ver a David Bowie en El Ansia, la película en la que formaba, junto a Catherine Deneuve, una pareja de vampiros llena de glamour, misterio y un morbo que a Sonia le parecía irresistible. Antes de descubrir el filme de culto de Tony Scott, ella ya conocía y formaba parte de la comunidad siniestra madrileña. Pasaba los fines de semana en el 666 (Aduana, 21) y en el Dark Hole (Mesonero Romanos, 13), se vestía en las tiendas de Colón y vivía atormentadamente feliz en ese nuevo mundo que había descubierto y que, por primera vez en sus 24 años de vida, le hacía sentirse miembro de una comunidad que la aceptaba y no la tachaba de bicho raro. O, bueno, la consideraba rara pero ahí estaba, precisamente, su mayor atractivo.

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Desde que frecuentaba el ambiente afterpunk, todo había cambiado. Aquello le parecía el paraíso. Cientos de chicos escuálidos, palidísimos, con pinta lánguida que además parecía que se interesaban por ella. Cuando llegó Paul, fue una revolución. Altísimo, rubio, con el pelo peinado hacia atrás, con esa palidez británica tan difícil de encontrar en los países latinos, delgado y conjuntado hasta el último detalle. Todo de negro (claro), con unas esposas colgando del cinturón, botas de montar y una fusta. En pocas palabras, la estética sadomaso inherente a la iconografía dark, pero llevada con una prestancia que a Sonia le hizo enamorarse nada más verlo. Esa misma noche, para su asombro, él se acercó y empezaron a hablar. El detalle de ponerse unas pequeñas fundas en los colmillos para tener apariencia de vampiro, acabó de derretirla.

Estuvieron toda la noche charlando. Paul le dijo que se sabía de memoria algunos pasajes de La filosofía en el tocador, del Marqués de Sade. Aquel dato se le quedó grabado. Era el hombre perfecto. Pero, por lo que dejaba entrever, parecía que la cuestión sadomaso, para ella meramente estética y teórica, en el caso de Paul era más práctica.

Pasaban los días y ella intentaba evitar el momento del contacto sexual. No estaba segura de querer acostarse con alguien que tuviera como libro de cabecera La filosofía en el tocador. Tras varios días sopesando los pros y los contras, pensó que merecía la pena. Fue a esa primera cita en su casa con una sensación a medio camino entre la de la visita al dentista y la mañana de Reyes: aterradamente ilusionada.

A medida que los escarceos evolucionaban, estaba más tensa, esperando el momento en el que le propusiera algo raro... Todo era normal y corriente. Estupendo, pero sin sorpresas. En esa noche llena de ambivalencias, se sintió aliviada y, al principio, un pelín decepcionada. Al día siguiente, no: ya estaba completamente feliz.

Esa noche volvió a quedar, y la siguiente, también. La tercera noche, Paul le dijo que fuera un poco antes, que le iba a preparar la cena. Sonia pensó que aquello empezaba a ser ya un compromiso en toda regla. Pudo comprobar, de nuevo, que él tenía un gusto exquisito: mantel y platos negros, y sólo un par de notas de color: rosas rojas y la sopa de tomate, que ya estaba servida.

Se sentaron y él esperó educadamente a que Sonia empezara a comer. Tomó la primera cucharada y la escupió. Aquello sabía a ¡sangre! Paul corrió a su lado y le ayudó a limpiarse. Le dijo que la sangre le excitaba pero que entendía que ella no compartiera esos gustos y que lo respetaba. Sonia, después del susto, reflexionó un segundo. Tampoco era tan grave... Ella, como buena burgalesa, adoraba la morcilla.

silviagrijalba@mixmail.com

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