Hace casi 14 meses, recién elegida canciller de una gran coalición de futuro incierto, Angela Merkel observaba con curiosidad y timidez a Jacques Chirac o Tony Blair en su primera cumbre europea. Ahora, la canciller, la única líder de un país fuerte de la UE que no se retira este año, se ha convertido en la absoluta protagonista de una Europa que, por diseño o casualidad, se germaniza.
En noviembre de 2005, en su debut internacional en Barcelona, la canciller «parecía una señora de pueblo», como recuerda un diplomático atento a los gestos y la vestimenta de la hija de un pastor protestante de Alemania oriental, y «sólo le faltaba decir 'fíjate qué tío tan importante'» ante el trajeado e imperial presidente francés o al imponente británico.
Ayer, en la Eurocámara de Estrasburgo, Merkel, aunque siga ajena a la elegancia de Chirac, se presentó como la salvadora de la UE, mientras el presidente francés y el británico sólo esperan la jubilación esta primavera.
«Todos los demás Gobiernos tienen problemas o se están yendo. Alemania es el único país grande, capaz de dictar política, que puede empujar», explica a este diario Constanze Stelzenmüller, directora del think-tank German Marshall Fund. «Con Francia cerrada por obras, todo el peso recae en Alemania», añade.
No es casualidad que la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, de regreso de Oriente Próximo, se haya parado en Berlín para dar hoy cuenta de su viaje a esa «señora de pueblo» convertida en la líder europea de referencia.
La presidenta de turno de la UE, que también lidera este año el G-8, se encuentra además con una de las mayores concentraciones de alemanes en la Unión. Su compatriota y compañero de partido Hans-Gert Pöttering fue elegido el martes, por un pacto entre socialistas y populares, presidente del Parlamento Europeo para los próximos dos años y medio. Su rival, Martin Schulz, el líder del Partido Socialista, el segundo grupo mayoritario, también es germano, así como Elmar Brok, que preside la comisión parlamentaria más destacada, la de Exteriores. Con tanto alemán y además democristiano, Karl von Wogau puede tener que renunciar a su cargo como presidente de la comisión de Defensa.
Desde el comienzo del año, en Bruselas y Estrasburgo se oye alemán sin piedad (a veces, sin intérpretes) para quien no lo sabe. Los líderes consideran un deber la defensa de su idioma, que, como lengua natal, hablan el mayor número de ciudadanos y es oficial en el mayor número de países de la UE. Ni siquiera el ministro de Asuntos Exteriores, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, contesta las preguntas en inglés cuando se le hacen en este idioma (la práctica comunitaria habitual es responder en la lengua de la interrogación).
Incluso, algunos germanos criticaron el año pasado a la ministra austriaca de Exteriores, Ursula Plassnik, por utilizar con frecuencia el inglés en la presidencia de turno de su país en lugar de su lengua natal, una de las tres de trabajo de la UE aunque genere menos del 5% de los documentos comunitarios. En inglés, Merkel y Pöttering no hacen ni media broma.
Mientras los demás líderes están en crisis o despistados, los alemanes pueden aprovechar la oportunidad. De hecho, ya se han inventado el trío de presidencias de la UE para seguir colaborando con las siguientes, más allá de sus seis meses de turno. Los próximos son Portugal y Eslovenia, que difícilmente se opondrán a lo que diga la alemana en la sombra.