Hace poco más de un mes, la organización ecologista Greenpeace publicaba en su web la Guía Básica sobre Cambio Climático y Cooperación para el Desarrollo, coordinada por la Fundación IPADE. Desde hace décadas, los movimientos ecologistas de todo el mundo y los científicos independientes, anuncian lo que ya está sucediendo: el calentamiento del planeta, que traerá consigo grandes cambios.
Durante décadas se ha hecho oídos sordos a sus fundadas advertencias, descalificadas como agoreras, porque nunca la industria, ni los gobiernos de los países industrializados, han querido invertir ni intervenir para evitar la destrucción. A regañadientes, algunos, presionados por la evidencia y la creciente concienciación de la ciudadanía, acabaron ratificando, el año 2004, el Protocolo de Kyoto, que entró en vigor un año después. Sin embargo, ni siquiera los que lo firmaron, como nuestro país, lo cumplen ni consiguen atenerse a sus indicaciones. El cambio climático, del que durante años se ha hecho burla por «alarmista», es ya una realidad, avanzada incluso a los pronósticos de entonces.
De momento tan sólo lo sufren en su mayor virulencia los países pobres aunque, al menos, se da cobertura mediática a los maremotos, sequías, inundaciones y otros desastres naturales provocados por la destrucción del medio ambiente que llevan a cabo los países industrializados. Sin embargo, como siempre a lo largo de la historia de la humanidad, hasta que no ha empezado a afectar a los ricos no se ha hecho nada. Es evidente que al planeta le da lo mismo una cosa que otra. En su calidad de elemento del universo, sigue sus propios procesos. La vida sobre la Tierra se ha extinguido y renovado a lo largo de millones de siglos.El planeta sigue ahí. Los que vamos a desaparecer somos nosotros, esta especie animal, la humana, que no atiende a leyes naturales, cuya élite, los países industrializados, propiciarán la extinción de todos.
Sin necesidad de recurrir a amenazas apocalípticas ni a generar pánico alguno, sí se debe exigir seriedad en la gestión de nuestro futuro. No basta con que el ciudadano medio se esmere si los grandes generadores del desastre permanecen impunes, ya que la ley los ampara, al no crearse o aplicarse una legislación adecuada.Sólo cuando ellos empiecen a perder dinero se empezarán a buscar y aplicar soluciones reales al cambio climático. Por poner un ejemplo de estos días: esta temporada, la ropa de invierno prácticamente no ha salido de los armarios, y aún menos de los escaparates y almacenes de las tiendas. Fabricantes y comerciantes ponen todas sus esperanzas en las rebajas que empezaron la semana pasada.Los precios de salida, con descuentos de hasta el 80%, revelan cierta desesperación en el sector, aparte del escándalo que pueda suponer para el consumidor medio, intuir el margen de beneficios del sector si un artículo puede rebajarse tanto.
No es el primer invierno suave, ni será el último, pero la inercia en la producción y el consumo se mantiene: botas, jerséis gruesos, abrigos, polares En rebajas, además de seguir comprando lo que no necesitamos, estos días nos proveemos de una ropa de abrigo que quizás ya jamás necesitaremos y se convertirá en nuestro armario, sin estrenar, en una pieza de museo. Las estaciones de esquí ya reclaman indemnizaciones. Los fabricantes de ropa de invierno deberían empezar a hacerlo. El grado de concienciación está todavía tan por debajo del umbral necesario para exigir a nuestros gobernantes y legisladores soluciones efectivas.