Viernes, 19 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6242.
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El Liceu estrena en España la versión original íntegra del 'Don Carlos', de Verdi
Peter Konwitschny dirige un montaje de casi cuatro horas y media de música
ANA MARIA DAVILA

BARCELONA.- En pleno siglo XXI, pocos dirían que aún queda música por descubrir en la gran y popular producción verdiana. Pero esto, ni más ni menos, es lo que ocurrirá el próximo día 27 en Barcelona, cuando el Gran Teatre del Liceu ofrezca el estreno en España de la partitura original de la ópera Don Carlos, de Verdi.

Una ambiciosa propuesta que no sólo recupera la primigenia versión francesa de la obra, posteriormente popularizada en italiano, sino también todos aquellos fragmentos que el compositor se vio obligado a eliminar antes del estreno, debido a la gran duración del espectáculo.

Serán, en total, cuatro horas y 20 minutos de música -más de cinco horas en total, si se tienen en cuenta los dos entreactos- que enfrentarán a los aficionados liceísticos con un Verdi desconocido.«En cierto sentido, es como una nueva ópera de Verdi, ya que no sólo son más horas de música, sino que para muchas escenas la música es diferente», señala el director artístico del Liceu, Joan Matabosch.

El montaje, una coproducción entre el teatro catalán y la Staatsoper de Viena, donde se presentó en 2004, cuenta con dirección escénica del estimulante Peter Konwitschny y en el foso, el italiano Maurizio Benini. Los seis roles principales estarán a cargo del bajo Giacomo Prestia (Felipe II), el tenor Franco Farina (Don Carlos), la soprano Adrianne Pieczonka (Elisabeth de Valois), el barítono Carlos Alvarez (Rodrigo), la mezzo Sonia Ganassi (Princesa de Eboli) y el bajo Eric Halfvarson (el Inquisidor).

A este elenco cabe añadir también la presencia de la actriz Lloll Bertran que, en el curso de los dos entreactos, oficiará de maestra de ceremonias en la singular propuesta escénica del Auto de Fe que forma parte del montaje.

«Se trata de un proyecto francamente interesante, porque muestra un Verdi desconocido y, también, porque ésta era la versión que el compositor más amaba», afirma el director de orquesta Maurizio Benini. Con libreto de Joseph Méry y Camille du Locle, basado en el poema dramático Don Carlos, Infante de España, de Schiller, Verdi escribió la obra por encargo de la Opera de París, donde se estrenó el 11 de marzo de 1867.

Considerada, por muchos, como la mejor ópera de su autor es, también, la más retocada. De entrada, y ya antes de su estreno, el compositor se vio obligado a recortar diversos pasajes, de modo que el espectáculo no sobrepasara las cinco horas de duración.«Era una regla de la época para facilitar el regreso del público a sus casas y la verdad es que Verdi se sintió muy ofendido por ello», cuenta Benini.

Pero los cortes no acabaron ahí. Posteriormente, Verdi adaptó la obra al italiano, realizando hasta cuatro ediciones diferentes de la partitura, aunque finalmente prevalecería la llamada de Milán, que prescinde completamente del primer acto.

«Creo que la versión original es mucho más interesante que la que todos conocemos, porque contiene una lógica más profunda.También tiene una orquestación más clara y transparente y una línea de canto diferente, acorde con el gusto francés, menos agresivo que el italiano», argumenta Benini.

Para esta propuesta, Konwitschny, que ya había realizado una primera aproximación a la versión original en Hamburgo, en 2001, ha concebido una puesta en escena que, sin renunciar al historicismo, se define como «sobria y esencialista» y cuyo vestuario, de época, pero de tonalidades muy tenues, busca «acercar los personajes a la idea de un arquetipo universal».

Según Konwitschny, se trata de un decorado premeditamente «muy sencillo. En el primer acto, que transcurre en una Francia donde reina la libertad, el escenario es abierto, y cuando la acción se traslada a España esta libertad va quedando encajonada entre cuatro paredes», explica el director, que ha diseñado todas las puertas a una altura por debajo de lo habitual, «para que todos los personajes tengan que agacharse en señal de que ninguno es diferente al otro».

Para Peter Konwitschny, Don Carlos es una ópera que remite a la gran creación wagneriana, «donde el amor es lo más importante de nuestras vidas». Y, por lo mismo, exige de los cantantes que la protagonizan «ir al fondo de la expresividad y el dramatismo de sus personajes».


Un sorbete de limón lírico

Director inteligente y emotivo, considerado por sus admiradores como el gran progressista del teatro musical alemán, el director de escena Peter Konwitschny -responsable también en el Liceu de un recordado 'Lohengrin'-, ha trufado este 'Don Carlos' con dos singularidades dramatúrgicas.

Primero, la propuesta escénica para el ballet del tercer acto -'La peregrina'-, que el 'regista' ha reconvertido en lo que Matabosch define como «un sorbete de limón en medio de una gran epopeya». Una atípica lectura de este pasaje que quiere devolver al ballet su original función humorística y que, en este caso, se convierte en un ballet sin bailarines: una suerte de parodia de la propia ópera, protagonizada por los propios cantantes que escenifican una especie de sueño de la princesa de Eboli.

«Sin duda, es uno de los momentos más difíciles para mí en toda la producción, ya que significa introducir mi personaje en otro personaje diferente y acto seguido, recuperar el dramatismo de la princesa de Eboli», afirma la mezzo Sonia Ganassi, que interpreta por primera vez en su carrera a esta noble española, amante de Felipe II y enamorada de Don Carlos.

La segunda licencia que se ha permitido Konwitschny se centra en su manera de abordar el monumental Auto de Fe que incluye el libreto; un momento de difícil resolución escénica debido al gran movimiento de masas que demanda. Konwitschny ha resuelto el problema utilizando todo el espacio del teatro y al propio público como si fueran actores. De allí que en los dos entreactos, la popular Lloll Bertan, reconvertida en presentadora de televisión, paseará por todo el recinto invitando a los asistentes a sumarse a aquel monumental espectáculo.

«No quiero crear provocación. Sólo aspiro a que la gente se lo pase bien y a intentar crear una interrelación entre los personajes y el público», señala el director de escena.

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