ALBERT MARTIN
Medio siglo tirado a la basura. Con esa pensamiento se mortifica la ilustre clientela del bar Petit Tàrraco, en el centro de Tarragona, templo de los más sufridos aficionados del Nàstic.
Algunos de ellos eran poco más que adolescentes el día de Sant Jordi de 1950, cuando el Nàstic dijo adiós a la Primera División con una derrota ante el Sevilla (2-4). Durante media vida se habituaron a los rigores de la Segunda División, que nunca fue de plata y sí de barro, siguieron fieles en los infiernos de Tercera y sufrieron décadas en Segunda B. Siempre les quedó la remota esperanza de regresar un día a la elite.
Y una vez en Primera, la ilusión se les ha roto en mil pedazos. En cuestión de semanas, la entidad tarraconense ha padecido todo tipo de desventuras. Primero se marchó el técnico que lloró -a escondidas, como buen gallego- en el ascenso. Después, el equipo abrazó el farolillo rojo y la grada se ensañó con Buades, el gran capitán, el que arrimó el hombro con el equipo en Segunda B, el que rechazó en su día ofertas del fútbol inglés creyendo en un milagro. El nuevo entrenador, Paco Flores, se mofa de una secretaría técnica bajo sospecha y dice que los fichajes de invierno son «para bailar jotas». Completa el cuadro la dimisión del presidente, Josep Maria Andreu, harto de intromisiones y sectarismos. Con la salvación a nueve puntos, el Vía Crucis grana es completo.
En la elite, los presupuestos mandan y los novatos suelen pagar su candidez. Sin embargo, nada hay de deshonroso en la derrota.Ahí están los ejemplos del Alcoyano y del Cádiz. El equipo alicantino, en los tiempos en que el fútbol era cosa de románticos, ganó fama eterna por su juego despreocupado y ofensivo. En su último año en Primera, en la campaña 50-51, finalizó la Liga con 36 tantos a favor y 92 en contra. Pese a las palizas que encajaba, dejó en la memoria colectiva la bravura de un equipo que se lanzaba siempre al ataque en busca de la efímera gloria del gol.
El Cádiz de la pasada campaña, por su parte, impartió lecciones de entereza y buen humor ante la fatalidad que se avecinaba.La afición gaditana demostró que el fútbol se puede disfrutar a pesar de la lógica aplastante de las tablas clasificatorias y de la pesada carga de saberse condenado. Con su carácter carnavalero y guasón, perdieron la categoría entonando himnos etilicobalompédicos, guiñando el ojo al balón y esbozando una sonrisa elocuente: «Que nos quiten lo bailao».
El Nàstic está a tiempo de salvar su temporada. Los parroquianos del Petit Tàrraco no se merecen que su soñado regreso a la Primera se convierta en un tortuoso avance por el corredor de la muerte.Bastaría con que jugadores y directivos se pasaran un día por el bar, desempolvaran periódicos antiguos y revivieran el orgullo y la fiesta que representa ser un equipo de Primera. Y dónde mejor para hacerlo que en el Camp Nou, un estadio donde nunca jamás se vieron camisetas de color grana.
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