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Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo (Marie von Ebner) |
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LOS TRILEROS FILOLOGOS |
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Lecturas de Freud |
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José Luis Giménez-Frontín
Las celebraciones del Año Freud han sido clausuradas con un exitoso festival que también me atrevería a calificar de curioso, bajo la eficaz tutela de Salvador Foraster. Exitoso, por haber convocado un sábado por la mañana a varios centenares de personas, la mayoría de ellas relacionadas con las diversas familias barcelonesas de terapia psicoanalítica. Y curioso por su mismo carácter festivo, en el que los papeles habituales quedaban invertidos: los psicoanalistas ejercían de público -y de jurado que aplaudía cortésmente o con cálida sintonía las respectivas intervenciones-, mientras que los ponentes eran profesionales de otras disciplinas, como la poesía, la filosofía, la sociología, la ciencia o la historia del arte. El formato, con intervención de 20 ponentes, ofrecía muchos alicientes y algún que otro problema, que los organizadores soslayaron de entrada al acentuar el carácter más festivo que académico del acto.
Algunos síntomas de la sesión, sin embargo, merecen reflexión y un mínimo comentario. ¿Qué les pasa a tantos autores, generalmente hispanos, con su ego, con su concepto de la cortesía para con los colegas y el público, y con su absoluto descontrol del discurso oral? ¿Conciben ustedes a un intelectual anglosajón, al que se solicite una intervención de cinco minutos, perorando -brillantemente o no, ése no es el tema- a lo largo de 15 e incluso de 20, como fue el caso, no único pero sí más escandaloso, de Màrius Serra?
Otros síntomas acaso tengan mayor interés, no porque las formulaciones de la oralidad no lo tengan ¡frente a una audiencia de expertos freudianos!, sino porque en ocasiones afectan a la lectura de la obra de Freud en los inicios del siglo XXI. Sin espacio para un análisis textual, sí señalaré en especial tres categorías de intervenciones: la de quienes alegraron al personal ironizando sobre lapsus lingüísticos de políticos, periodistas y ciudadanos (fueron muy aplaudidos); la de quienes se plantearon interrogantes teóricos o no, autobiográficos o no, sobre la relación de algunos postulados freudianos con la ciencia, el arte o la sociedad actuales (cortésmente aplaudidos); y la de quienes constataron la vigencia del psicoanálisis en la batalla por la felicidad individual de hombres y mujeres, pero también de la colectividad (especialmente aplaudidos). No era aquél el marco previsto para un debate pero, en general y en relación a este tercer grupo, que personalizaría en la socióloga María Jesús Izquierdo, echo en falta una sola alusión al ontológico pesimismo, de raíz materialista, del pensamiento freudiano que, a mi entender, lo distancia de la culpa y de la redención cristianas, del optimismo roussonniano y del economicismo marxista, diría que no mal representados en el público. Señalaré, pues, la férrea salud de los métodos psicoanalíticos, capaces de seducir a construcciones ideológicas tan distantes.
PS. ¡Y un brindis por los 100 números de Tendències!
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