LAURA FERNANDEZ / LLUCIA RAMIS
El saber no ocupa lugar, pero los libros, sí. Y el sueño de quienes los han querido ver publicados se convierte tarde o temprano en la pesadilla de quienes los han comprado, los han leído -o recibido como regalo- y no saben dónde meterlos.
Porque, si bien los discos han aceptado su condición de copia, los libros aspiran a mantener su carácter ejemplar. No se resignan a perder su lugar en el mundo, aunque no sean capaces de encontrarlo. La vida del libro es corta si nadie le cuelga la etiqueta de clásico. ¿Y a dónde van a parar los libros cuando mueren? Desaparecen.Pero antes, tratan de agarrarse a la vida como sea y con quien sea.
Sus dueños los regalan, los donan, los abandonan y, si se da el caso, los venden. Y libreros y editores ponen en marcha sus particulares rebajas para tratar de quitárselos de encima. Cuando ni siquiera así el libro consigue salir de la librería, la trituradora entra en juego y el reciclaje puede convertir una novela en un puñado de folios en blanco; por lo tanto, en un posible proyecto de nuevo libro.
Los supervivientes, mientras tanto, acabarán casi en cualquier rincón del mundo. Bibliotecas, cárceles, cafeterías, hoteles...Todas las estanterías son válidas para el moribundo ejemplar. Todo con tal de evitar que la trituradora entre en acción y lo borre del mapa.
Recorremos con los libros sus últimos años de vida. Muchos habrán muerto incluso antes de nacer. / Páginas 2 y 3
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