Existe un lugar donde todo es posible. Un lugar donde Lupe, Bruno, Violeta y tantos otros personajes cobran vida. El estudio de Anna Solanas y Marc Riba es como un pequeño museo que atesora los universos ficticios que han creado desde que se graduaron en la ESCAC. Mundos y personajes surgidos de la imaginación y que se convierten en una realidad. Todos ellos viven en su estudio.
Anna y Marc se conocieron en la escuela de cine y desde entonces no han dejado de trabajar juntos. Con su primer cortometraje, El negre és el color dels déus, consiguieron una nominación a los Goya en la categoría de animación. Pero ha sido su segundo trabajo, La Lupe i en Bruno, el que les ha llevado a 144 festivales y a 25 países. La estrenaron en junio de 2005 en el cine Verdi y la subieron hasta el castillo para la estival Sala Montjuïc (se proyectó antes de Olvídate de mí, de Michel Gondry, una elección muy adecuada). La historia de Lupe y Bruno transcurre en el andén de una estación de tren. Lupe se enamora de Bruno e intenta llamar su atención por todos los medios posibles. Pero él, tímido, despistado y con la mirada en las nubes no se da por aludido. Pero a quien sí seduce Lupe -y Bruno, de rebote- es a los espectadores.
Nada más entrar en el estudio de Anna y Marc, una vitrina da la bienvenida exponiendo los muñecos originales de sus primeros cortos. De las paredes cuelgan los carteles de las películas, un story-board y muchas fotos de los rodajes con todos los miembros del equipo («la familia al completo», señala Anna). En las estanterías se acumulan cuadros de decorados, aquí y allá hay desperdigados algunos escenarios (la casa de Violeta en medio de un lodoso pantano o la ciudad suspendida sobre una media luna de Lupe).
Al lado de unas figuras de Wallace y Gromit descansa una cámara súper 8. «Es atrezzo», indica Anna. «¡Eh! ¡Que llegué a utilizarla una vez!», protesta Marc (el propietario legítimo). Está expuesta como un vestigio del pasado, igual que las cintas VHS de su primer corto, El negre..., rodado en 2001. Desde entonces no se han movido del terreno de la animación: «Se está bien aquí», afirma Marc. La animación les permite «hacer cualquier cosa», asiente Anna. Y, en este campo, ellos ya han desarrollado su propio estilo: todos sus personajes son niños con la cabeza grande y rostros muy expresivos (pero sólo mueven los ojos y la boca). Buscan la máxima expresividad con la mínima esencia, distanciándose de la mayoría de trabajos actuales.
«Ahora se lleva la animación en 3D, muy blanda y con mucho movimiento, lo nuestro es más escueto», afirma Anna. Creen que menos es más, así que parten de la sencillez, muy al estilo de la animación que se hacía en la Unión Soviética y los países de Europa del Este. «Allí trabajaban mucho con muñecos y marionetas, mientras que aquí se tendía más a la plastilina», explica Marc. Aunque disponen de las últimas tecnologías su forma de trabajo es de lo más artesanal: los personajes son muñecos esculpidos sobre madera, con ropa confeccionada a medida. Pequeños actores sin alma que hay que mover por el set. «Son piezas únicas», apunta Anna, mientras Marc abre un pesado maletín metálico. Anna extrae un bulto y lo destapa: cubierta por una tela de terciopelo negro aparece Violeta con su violín, muy elegante ella. «Nuestra relación con el muñeco es casi obsesiva», admite la guionista.
Esta muñeca es la protagonista de su último trabajo, Violeta, la pescadora del mar negro. Aprovecharon una convocatoria del Festival de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián para cambiar de registro y hundirse en las profundidades del género y de un lodoso pantano. Han abandonado la comedia (temporalmente) para adentrarse en un mundo oscuro y siniestro: «Normalmente jugamos con la parte más pícara y traviesa de los niños, pero con Violeta hemos acentuado su lado más cruel», asegura Marc.La figura estilizada de Violeta en ese ambiente tenebroso remite a las pesadillas cadavéricas de Tim Burton.
Marc saca del maletín otro bulto: es el niño que acompaña a Violeta en su macabra pesca. Lo presenta: «Es Benet». Algo que el espectador no descubre en el filme. Aunque las cintas no tengan diálogos y no se nombre a los secundarios, todos sus personajes están bautizados: en El negre... el niño blanco se llama Lluc y el negro, Baobab.
¿Cuánto se tarda en hacer un corto de cinco o diez minutos? La construcción de personajes y decorados puede llevar de diez a 14 semanas, mientras que el rodaje se alarga otras diez. «Al final, tardamos casi un año por proyecto», dice Marc. Eso explica que a pesar de llevar bastante tiempo dedicándose a la animación, sólo cuenten con tres cortos propios. De momento, ya están pensando en su próximo proyecto, una historia sobre la superación de los miedos. Barajan varias líneas, retoman ideas anteriores, desarrollan diferentes argumentos y se enamoran de uno, aunque por ahora, sólo están esbozado la historia. Con los años, su particular museo irá creciendo. Denles tiempo.