Viernes, 19 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6242.
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Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo (Marie von Ebner)
 COMUNICACION
EL VOYEUR
Series de aquí y de allá
CARLOS BOYERO

Se lamentaba con sarcasmo Juan Cueto, un columnista que no necesita esforzarse para ser original y brillante, impagable e inimitable inventor de un género periodístico a través de algo tan poco estimulante como la televisión, de que haciendo memoria de todo lo que ha escrito en el último año descubre que jamás ha utilizado la tele para hablar de la actualidad política, con lo cual su caché se resiente, no le ofrecen bolos, desdeñan su presencia en radios y televisiones, e incluso sufre el acoso de Hacienda, lógicamente mosqueada por sus exiguas declaraciones de renta en los últimos tiempos.

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Y su artículo remueve mi mala conciencia por utilizar permanentemente esta columna para cualquier cosa, excepto comentar lo que vomita la tele. Me doy un respiro sobre el cochambroso estado de las cosas en la sórdida guerra por el poder de la clase política (a certidumbre de Paul Válery de que la política es el arte de evitar que la gente se interese por lo que le atañe, permanece incontestable) e intento concentrarme en las series españolas más vistas y oídas, descubrir las razones de sus efectos opiáceos en el gran público, constatar los mecanismos emocionales que logran la identificación o la empatía de la gente normal con personajes y situaciones que pretenden ser realistas y cotidianos, empeñados en reproducir la vida.

Pero sigo sin pillarle el encanto costumbrista, la cercanía psicológica, la chispa, la gracia, en estas series raciales y de éxito masivo. Casi todo lo que veo me parece rutinario, fofo, previsible, soez, cursi, feo, sensiblero o simplemente lamentable. O sea, que desisto de mis tentaciones masoquistas, me resigno a que sólo me hagan feliz las historias y las circunstancias de gente que habla otro idioma diferente al mío, a la que le ocurren cosas alejadas del entorno en el que vivo.

Y descubro que puedo devorar infinitos capítulos hasta que amanece, con pena y temor anticipados a que llegue el final del banquete, de series norteamericanas que tienen sabor a clasicismo, con todos las virtudes que caracterizan al gran cine. Y la desidia o el hastío que me provoca el retrato dramatizado o en clave de comedia del aquí y ahora, se transforma en admiración, hipnosis y pasión hacia mundos y ambientes que nunca he conocido, sin la menor relación con mi propia vida.

El deslumbrante talento creativo que rezuman esas series hace que me resulte familiar y magnético un pueblo del Oeste que parece diseñado por Shakespeare, o la Roma antigua, o la Mafia de Nueva Jersey, o una familia de funerarios, o gente perdida en una isla. Guardo estas series en DVD con idéntico mimo que a mis películas favoritas, vuelvo a ellas, nunca me cansan. Desisto de indagar en el misterio sobre los irreconciliables gustos propios y los ajenos. Que cada uno tenga lo que se merezca.

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