Viernes, 19 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6242.
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Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo (Marie von Ebner)
 CULTURA
GALERIA DE IMPRESCINDIBLES / SOFIA COPPOLA
La hija del Padrino es lista
'María Antonieta', personal retrato de la reina guillotinada
MANUEL HIDALGO

Me enamoré de la madre y de la hija -apenas una niña- al mismo tiempo, cuando leí el libro. Eleanor Coppola, esposa de Francis Ford, publicó un dietario -Con el corazón en tinieblas (Emecé)- del tremendo rodaje de Apocalypse now en Filipinas. Aquello fue terrible: accidentes, muertes, desastres climáticos, guerrillas, infartos, hecatombes de producción. Una pesadilla. Y en medio de aquel infierno, una mujer, Eleanor, trataba de vivir una vida amorosa y sensata, trataba de salvar el barco de su familia, de su matrimonio y, a la vez y por tanto, de la película de su marido.

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Todo lo que era humildad, realismo, entrega y sentido común en Eleanor era disparate y desquicie en Francis. Se volvió loco. Una ambición, un talento y un ego descomunales, los del director, se enfrentaron a un desbarajuste mayúsculo. Francis se trastornó, perdió el juicio -alcohol, pastillas, drogas, putas, ruina económica, viajes enloquecidos-, y Eleanor intentó hasta la extenuación mantener el tipo y preservar su amor. Que hubiera algo parecido a una casa, a una pareja, a una hogareña relación entre padres e hijos.

Si se lee el libro de Peter Biskind Moteros tranquilos, toros salvajes (Anagrama) se comprende que Eleanor no exageró nada. Se quedó corta por su modestia y por su capacidad de querer. Eleanor salvó a Francis, salvó a su familia, hizo posible el final de Apocalypse now y el resto de la deslumbrante carrera del capullo de Francis Ford. Y salvó a Sofia. Sofia Coppola.

Sofia aparece reiteradas veces en el libro de Eleanor como una criatura de seis o siete años, en Filipinas, agitada por una debacle constante, pero protegida por el cariño de su madre, que se preocupaba de su colegio, de su comida, de su fiesta de cumpleaños, de su salud, de su ropa, intentando evitar, y consiguiéndolo, que el tornado que se cernía en torno a su padre -y que su padre contribuía a potenciar- no la afectara. Eleanor lo consiguió esencialmente.

La chica es rarita, sin duda. Y no es para menos con un padre tan descomunal y con tanta tempestad junto a su misma cuna. También, es cierto, y como no podía ser de otra forma, su genio y su inteligencia se lo debe a su padre y a su madre.

Sofia nació en el vientre del cine. En el vientre de un cineasta como pocos y de una mujer extraordinaria. Cuando Francis Ford preparaba accidentadamente, como siempre, El padrino (1972), Eleanor se quedó embarazada, y la niña apareció en la película siendo un bebé. Además, como sus dos hermanos Gian Carlo y Roman -director de la segunda unidad de María Antonieta-, era nieta del inconmensurable músico cinematográfico Carmine Coppola, prima de Nicholas Cage y sobrina de la actriz Talia Shire. Llevaba el cine en la nariz.

En esa nariz de patata que tanto y tan injustamente irritó a los críticos cuando su padre le dio el papel de Mary Corleone en El padrino III (1990). La pusieron a parir. Hija de papá fue lo más suave que le dijeron, y papá ya la había sacado más veces como actriz, en insignificantes papeles, en El padrino II (1974), Rebeldes (1983), La ley de la calle (1983), Cotton Club (1984) y Peggy Sue se casó (1986), a veces con el pseudónimo de Domino, lo que quizá contribuyó a que se librara del veneno de los críticos.

La frágil Sofia, aparte de hacer sus estudios con aprovechamiento, fue dando sus pasitos en la sombra. Colaboró con su padre en el guión de su episodio de Historias de Nueva York (1989), hizo el vestuario de una película escrita por su hermano Roman, El espíritu del 76 (1990) y dirigió un corto, Lick the star, en 1998.

Antes de María Antonieta, sus dos primeras y excelentes películas como directora, Las vírgenes suicidas (2000) y Lost in translation (2003), indican su predilección por personajes frágiles, vulnerables y desacomodados a un contexto que no comprenden y que no les va bien.

Unos se han quedado en ayunas al no ver en María Antonieta una crónica y un comentario político de las vicisitudes reales de la desafortunada esposa de Luis XVI. Han pedido la cabeza de Sofia Coppola al igual que la han pedido quienes se obcecan con su arriesgada apuesta por una banda sonora de rock-pop -que funciona tan inadvertida como maravillosamente- o con el lujo desbordante del vestuario y de los decorados versallescos.

Pero yo veo en María Antonieta una película intimista y minimalista que retrata, cerca o lejos de la Historia con mayúsculas, el drama de una chica arrebatada de su medio y que, como otros personajes del cine de Sofia Coppola, intenta sobrevivir con mayor o menor éxito en un ambiente inadecuado y hostil.

Es verdad que la película está espolvoreada con unos toques de modernidad -pinceladas pictóricas y fotográficas que se corresponden con la mirada del arte contemporáneo-, pero no veo por qué ha de molestar tal cosa si, entre otras razones, es coherente con la deseable contemporaneidad de cualquier trabajo artístico propio de su tiempo, y no manierista, academicista o deudor de fórmulas sobadas.

A Sofia Coppola se le ve su vistoso plumero por todos los lados, pues no es menos cierto que ha estado casada cuatro años con Spike Jonze, el director de Cómo ser John Malkovich (1999), un tío rupturista y renovador, con la ayuda de su guionista Charlie Kauffman. También es verdad que anduvo en amores con Quentin Tarantino, otro que no da puntada sin intentar mover un metro los límites de la narrativa acostumbrada.

Bueno, al fin y al cabo, eso mismo ha hecho a su aire su padre, Francis Ford Coppola, en películas como Corazonada (1981) y muchas otras, y con su productora y estudios American Zoetrope, que apoyan a Sofia.

La chica es moderna, sí, pero viene de una familia italiana e irlandesa, de manera que, a mi juicio, combina sus audacias con un centro de gravedad que le lleva, aunque sea más o menos secretamente, a no separarse demasiado de las cuestiones esenciales. Me atrevería a decir que de una visión humanista y comprensiva de los principales meollos de la condición humana.


DOS DELANTE

LA MOVIDA. Produce cierto desconcierto ver a la Comunidad de Madrid promoviendo un revival de La Movida, que no fue una Edad de Oro, ciertamente, pero tampoco, ni mucho menos, la inanidad que hasta hace un minuto pretendían los políticos y los escribidores conservadores. Por encima de cómo se haga y con qué intención, no está mal que se haga.

LA NUEVA TVE. Hay nuevo presidente, Luis Fernández, de la ahora llamada Corporación. Hay que estar muy atentos a ver si la televisión pública cumple con su decisivo protagonismo en preservar y difundir la cultura entre tanta burricie privada. La rentabilidad no es únicamente la del dinero, y la mejor muestra de competencia es ser culturalmente competente.

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