'Filomena Marturano'
Autor: Eduardo de Filippo. / Versión: Juan José Arteche. / Director: Angel F. Montesinos. / Escenografía: Emilio Burgos. / Intérpretes: Concha Velasco, Héctor Colomé, Lucio Romero, Selica Torcal y otros. / Escenario: Teatro La Latina, Madrid.
Calificación: ***
MADRID.- Debe de ser verdad que para las buenas actrices, verbigratia Concha Velasco, el tiempo no pasa. Y si pasa lo hace de una manera diferente, para mejorarlas.
Sólo así puede entenderse que 28 años después de estrenar el papel estelar en la celebérrima obra de Eduardo de Filippo Filomena Marturano, Concha Velasco haya vuelto a meterse en la piel de ese personaje apasionado, una puta resabiada mucho más decente que otras mujeres sin la etiqueta de burdel.
Mucho agua ha pasado bajo los puentes de la vida de Concha Velasco y hoy, por sabiduría y por dolor existencial, la vallisoletana está más cerca de la esencia dramática de Filomena que hace 30 años.
También bajo los puentes de Angel F. Montesinos, que dirigió la obra entonces y la dirige ahora, han pasado las aguas que vuelven siempre; el eterno retorno, el heraclitano río donde nos lavamos una y otra vez: siempre lo mismo, aunque parezcan aguas diferentes.
Ese torrente de humillaciones, hijos clandestinos e infidelidades que agitan el texto de Eduardo de Filippo y desgarran el corazón de Filomena sigue conmoviendo. Y sigue exigiendo una actriz de temperamento volcánico como la Velasco. Eduardo de Filippo, admirado por Federico Fellini, gran comediante y autoproclamado de la estirpe pirandeliana, planta un conflicto con diversos frentes emocionales y sociales: la esposa, de facto, concubina engañada y ultrajada, un matrimonio in articulo mortis, fingido y engañoso, unos hijos clandestinos. Y, sobre todo, la evidencia de que una amante joven, también pupila de un burdel, desplace a Filomena definitivamente del lecho conyugal.
Domenico Soriano (Héctor Colomé), interpretado entonces por Sazatornil, sigue siendo el cliente verraco de casas de lenocinio, ávido siempre de carne fresca: amo, señor, juerguista cacique y parrandero.
La cosa se complica cuando se entera de que uno de los tres hijos de Filomena, engendrados antaño en el burdel, puede ser hijo suyo, instante en que el nervio del texto pierde intensidad escénica.
La segunda parte, la de la averiguación de esa posible paternidad, decae. Pero la solidez y el cambio de matices de Colomé es siempre impecable. En su seguridad y en el desgarro de Concha Velasco, bien secundados, se afianza un texto notable trufado, a veces, de un tono melodramático que debiera haber sido suavizado por la dirección en beneficio de la farsa y la comedia que son la verdadera identidad del texto de Eduardo de Filippo.