José María Aznar debió de regocijarse ayer en Milán al ver el nombre de Zapatero utilizado para increpar al primer ministro italiano. «Prodi=Zapatero. No al reconocimiento de las parejas de hecho», pregonaban a modo de agravio contra Il Professore las pancartas que blandía un grupo de estudiantes concentrado a las puertas de la Universidad católica del Sagrado Corazón de Milán, donde tanto el ex presidente español como el actual primer ministro italiano fueron investidos ayer doctor honoris causa.
Fue Prodi el que se llevó la peor parte. Al líder del Ejecutivo italiano le llovieron los pitidos, los insultos y los abucheos. Sobre todo, a causa de la intención manifiesta de su Gobierno de centroizquierda de dotar de reconocimiento legal a las parejas de hecho, incluidas las homosexuales. Aznar, sin embargo, no provocó ni una triste rechifla entre los estudiantes del centro católico, aunque tampoco suscitó muestras apasionadas de apoyo. Y eso que, en su discurso (pronunciado en italiano), hizo una encendida defensa de las raíces cristianas de Europa, arremetió con fuerza contra los matrimonios gays, se mostró indignado ante el bajo índice de natalidad que registra el Viejo Continente, se quejó airadamente de la ola de relativismo moral y nihilismo que en su opinión arrasa Occidente, apoyó con vehemencia la intervención militar en Irak, se mostró partidario de poner límites a la expansión de la UE y remató la faena defendiendo la necesidad de que cada inmigrante que llega a Europa «sea para compartir nuestros valores y principios de raigambre judeocristiana».
La lección magistral pronunciada por Aznar, titulada Una propuesta de futuro para Europa, destiló en todo momento un tono pesimista, y en ocasiones hasta catastrofista.
«Mi diagnóstico es que Europa tiene miedo», sentenció. Y subrayó que es dentro de casa donde, en gran medida, se encuentra el problema, levantando el dedo acusador contra determinadas líneas ideológicas que, en su opinión, se empeñan en culpar a Occidente de todos los problemas del mundo, y muy especialmente de la virulencia del terrorismo.
«Una parte de Europa o, si se quiere, de todo Occidente, parece fascinada con la tentación de la autodestrucción. Es la única razón que se me ocurre para explicar ese afán de algunos por achacar todos los males del mundo, desde los más brutales y execrables atentados terroristas o la persistencia de la pobreza en grandes zonas del mundo, a la arrogancia occidental. Es un afán recurrente en muchas de las autoproclamadas elites intelectuales y académicas de Occidente. Parecen fascinadas por todo lo que sea antioccidental, aunque eso suponga ser condescendiente con dictadores execrables. Y es que el mayor peligro que acecha a Europa es la tentación del nihilismo».
Aznar no ahorró críticas contra el relativismo moral que, a su entender, golpea Europa, abogando por una ofensiva a favor del «rearme moral» del Viejo Continente. Y, en ese sentido, se mostró especialmente intransigente con las nuevas definiciones de familia o de matrimonio. «De acuerdo con nuestra tradición occidental, matrimonio es la unión de un hombre y una mujer. Otras realidades, como las uniones entre personas del mismo sexo o las llamadas modalidades alternativas de familia, pueden ser muy respetables, pero no deben ser equiparadas ni al matrimonio ni a la familia», sentenciaba. «Un camino que algunos, por un prurito progresista que no llego a comprender, parecen decididos a emprender irresponsablemente», aseguraba en alusión indirecta (pero evidente) al Gobierno de Zapatero.
Para Aznar, el gran reto al que se enfrenta Europa y, en gran medida todo Occidente, es creer en sus propios valores y principios (inspirados en el humanismo cristiano) y en su predicamento universal. «No es imperialismo desear que la igualdad entre hombres y mujeres sea válida en Milán, Londres o Nueva York pero también en Kabul, Bagdad o Teherán», proclamaba. «No llego a entender a quienes sostienen, con sus ideas o con sus acciones y omisiones, que la libertad y la democracia y el reconocimiento y la garantía de los derechos fundamentales no son para todos. Porque si no son para todos, al final acabarán no siendo para nosotros».
Aznar también defendió la necesidad de poner límites a Europa. «Europa tiene que basarse en valores y tiene que ser viable. El proyecto no puede consistir en la expansión perpetua», enfatizó. Asimismo, el ex presidente también destacó la inmigración como uno de los grandes retos a los que se enfrenta la UE. «Creo que el modelo para tener éxito no puede ser otro que el de la integración, basada en los valores y principios de la sociedad abierta», explicó. «Es urgente que resolvamos esta cuestión y que cada nuevo inmigrante que llegue a Europa sea para compartir nuestros valores y principios, de raigambre judeocristiana pero abiertos a todos».
Para terminar, calificó de «suicida» una Europa creada a espaldas de la realidad atlántica. Es decir, de Estados Unidos.