Viernes, 19 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6242.
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Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo (Marie von Ebner)
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AQUI / NO HAY PLAYA
Revilla: ¡un sabor que maravilla!
Borja Hermoso

Madrid lleva días disfrazado de circo de cinco pistas. Vivimos en un Price de tomo y lomo donde el último numerito deja enano al anteúltimo, y donde el siguiente dejará en bolas al anterior. Todo se queda viejo porque todo va a toda leche: normal, somos el Reino del Corto Plazo, el país de la anecdotilla, un país putilla donde lo importante es la forma, y al fondo, pues «que le den», como dice el presidente de La Rioja, presunto chivatín de la clase cuando el profe no mira. Es el país donde la reflexión es baladí y los que se sientan a pensar, unos aguafiestas. Y estos madriles de nuestras entretelas son, ay, la quintaesencia de esa prisa sin pausa, de ese circo de escozores y de esa ensaimada de cotilleos y miserias políticas. Porque aquí y no en otro lar es donde pululan como locomotoros incansables los presidentes municipales, autonómicos, nacionales y hasta internacionales, menos Bush, un señor de Tejas que no aparece por Lavapiés, por si las flais. Creimos, atolondrados ciudadanos de esa media España «boba de solemnidad» -como diría el santo Losantos-, que lo que pasó entre el rojeras de Beverly Hills llamado Tim Robbins y el alcalde ubicuo (menos en las manifestaciones) de Madrid llamado Gallardón era la coronación de la anécdota. Y en esto llegó Revilla.

Miguel Angel Revilla vino ayer a Madrid desde Santander para chivarse del presunto chivatín riojano y -se supone - montar un buen pitote en las filas de las gaviotas (en Santander hay mucha gaviota). Pero ¡ah! no se llegó Revilla de cualquier manera ni con cualquier cosa. Para visitar al jefe, Revilla se trajo anchoas de Santoña, que ya es traerse. Nunca faltan los que repiten cada vez que pueden que Madrid es el mejor puerto de mar, pero por si acaso Revilla se trajo anchoas del Cantábrico, donde ya casi no hay anchoas, o sea, que las suyas adquieren el valor de lingotines de oro. ¿Y cómo las trajo? ¡En taxi! En un tasis del Foro, con un tal Mariano al volante. Porque Revilla, como ya sabíamos, pasa de coche oficial y elige el SP, o sea Servicio Público, que lo otro es para derrochones. Mariano estrechó la mano del jefe y luego abrió el capó para sacar las anchoas. Revilla se reía. Revilla en Madrid es la bomba, con perdón. Porque, estando como está la cosa, casi emociona ver a un opositor compartiendo cachondeos con un presidente del Gobierno. Así que, esperando no tener que pagar derechos de autor a aquel famoso empresariano soriano, hinchemos el pecho y gritemos con alegría: ¡Revilla, un sabor que maravilla!

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