Viernes, 19 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6242.
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Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo (Marie von Ebner)
 MADRID
Campus
Una fumada de bachilleres
Cientos de menores, en su mayoría ajenos a la Universidad, abarrotaron ayer los jardines de la Autónoma. Pese al aumento de seguridad, se registraron varios incidentes en la estación de Cercanías
LUIGI BENEDICTO BORGES

Uuuh... Con esta fiesta, peligro, peligro. Porque la tradición marca que durante toda la semana haga malo y el día de San Canuto aparezca un sol radiante. Y esta vez hace un frío que pela, así que tiene pinta de que va a estar revirado». Estas palabras eran pronunciadas ayer por Koro Medrano, una estudiante de Historia de la Universidad Autónoma. Cada vez que miraba el termómetro de la calle principal del campus, la de Tomás y Valiente, se apretaba aún más su colorida bufanda nueva, regalo de Reyes. Los grados centígrados bailaban entre los números tres y cuatro. De ahí no pasaban.

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Para alguno de sus compañeros de estudio, las palabras de Koro podían estar envueltas en la envidia, ya que ella no iba a poder disfrutar de ningún mini. Su San Canuto iba a estar en la Biblioteca de Humanidades, porque los exámenes invernales ya han empezado para ella y compañía. Pero ni los apuntes ni las temperatura iban a frenar la ganas de jolgorio de la mayoría, que ignoró las señales de mal fario.

Tampoco hizo falta la ingesta de alcohol y demás sustancias psicotrópicas para que se registraran los primeros incidentes. En la estación de Cercanías, la seguridad se había doblado para vigilar que todo el que saliera introducía en los tornos el billete que dabía comprar donde inició el viaje. Alrededor del mediodía, un joven intentó pasar a la vez que su amiga y lo pillaron. Un canoso operario de Renfe lo vio, se colocó las gafas y a punto estuvo de hacerle llorar, amenzándole con multas de más de 300 euros.

Eso sí, cuando acto seguido un grupo de cuatro cabezas rapadas se taparon la cara con una bufanda y patearon los tornos para salir, el mismo operario se ajustó su corbata blaugrana y se hizo el loco. Igual hicieron sus compañeros, agrupados en uno de los laterales de la estación, donde se hacían los ignorantes sin rubor. La seguridad privada también fue selectiva a la hora de frenar a los colones. Si tenían mala pinta, sólo les faltaba silbar para escenificar peliculeramente su afán de no meterse en problemas.

Ya en el campus, los jardines situados frente a la facultad de Filosofía y Letras se llenaban de jóvenes. Universitarios, los menos. Los estudiantes de instituto se han hecho con la fiesta y no tienen pensado soltarla. Antes los habituales eran los que cursaban 2º de Bachillerato y veían cerca su contacto con el alma mater. Ya no. «Te espero aquí, en la Universidad de Cantoblanco», gritaba una joven a su móvil, con el que contactaba con unas amigas que hacían pellas en Galapagar para no perderse esa fiesta que no relacionaban con la Autónoma. Estos casos sirven de pequeño alivio al personal de la Universidad, que un curso más no duda en manifestar su «absoluto rechazo» a San Canuto, «un acto no permitido y rechazado por los responsables de esta institución, que no responde de ninguna manera al espíritu universitario y que perturba el desarrollo normal de la actividad docente, de estudio e investigación», según sus propias palabras.

La creciente animadversión antela festividad del que aseguran que fue un santo danés obligó a cerrar las puertas de varias facultades para «impedir la invasión» de personal ajeno a la docencia. También se reforzó la seguridad en los jardines. Esto provocó que, en un principio, los botelloneros se limitaran a beber su cargamento en vez de a negociar con él. Aunque fue un falso espejismo.

A las 15.00 horas ya habían carteles de todo tipo colgados de la cazadora de camareros improvisados. Algunos habían subido el precio del trago a cuatro euros. Otros aprovechaban para ofrecer tres litros de calimocho por tan solo seis. Y junto al brebaje, bizcocho. Y sandwiches vegetales. Y de cacao. Todo con tal de recaudar lo necesario para el viaje de fin de curso.

Qué decir que la mayoría ignoró el aviso dado el pasado miércoles por la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid, que anunciaba que en 2006 atendieron más de 4.000 casos de dependencia a los derivados del cánnabis. En un tiempo de guinness (el libro de los récords, no la cerveza), un joven se fabricaba un porro del tamaño de su índice. A pocos metros, un puesto vendía productos artesanales adornados con hojas de marihuana. Y de paso, dejaba probar un cachimba que hacía las delicias de los asistentes. Que al final fueron más de 600 personas. Una cifra que sobrepasó la de años anteriores para desesperó de los que hoy se encargarán de la limpieza.

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