Viernes, 19 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6242.
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 MADRID
Ocio / Arte
La ciudad, a pinceladas
José Miguel Palacio muestra el fruto de sus cuatro años de trabajo retratando la capital
COTE VILLAR

MADRID HIPERREALISTA. Es pintura, pero parece fotografía. Dos artistas exponen en Madrid su visión de la ciudad, construida con una prodigiosa técnica hiperrealista. José Miguel Palacio, pintor nacido en Zaragoza, retrata desde hace cuatro años los recovecos más llamativos de la capital y ha reunido sus obras en una completa exposición en la Casa de Vacas del parque del Retiro. «Quería contar a la gente qué es Madrid para alguien como yo», dice el autor aragonés. También realismo a ultranza es lo que propone el artista murciano Miguel Vivo en la galería Gaudí. Discípulo de Antonio López, pinta el 'Pirulí', la inevitable Gran Vía, la Cibeles desierta... Ambas exposiciones se pueden visitar hasta el mes de febrero.

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No es para turistas. Un visitante accidental no apreciaría con cariño el golpe de sol, cláxones y vida que sobreviene a cualquiera que emerja del Metro en la Gran Vía. Tampoco vienen en las guías Manolo y Angel, que atienden al gentío en la pescadería que hay a la vera de los cines Doré, todas las mañanitas ajetreadas de Antón Martín. Nadie haría una postal del andén de Príncipe Pío vista desde el reloj de la estación, probablemente se quedarían con la fachada. José Miguel Palacio (Zaragoza, 1950) lleva cuatro años registrando la intrahistoria de la capital. A través de unas 3.000 fotografías ha realizado un exhaustivo trabajo de fisonomía urbana, «un Madrid para los madrileños», cuyo resultado se expone hasta el 18 de febrero en la Casa de Vacas del Retiro.

Todas esas imágenes han sido traducidas en 28 obras pictóricas, 32 fotografías, una proyección audiovisual sobre el making off, un libro (en el que participan Fernando Castro Flórez, Alfonso de Esteban, Salvador Perelló y Rafael Pérez Castel) y hasta una película, cuando el artista consiga financiación. «Quería contarle a la gente qué es Madrid para alguien como yo, que llega de provincias. La conclusión es que esta ciudad se ha convertido en la puerta al resto del mundo. Es un lugar de acogida, tú te sientes madrileño desde el primer momento».

El pintor llegó a Madrid procedente de su Zaragoza natal en los años 80. Quería comerse el mundo con su pintura surrealista, pero no fue carne de Movida. Ahora, tras 25 años consagrado a los dictados de André Breton, se ha dedicado por primera vez a reflejar la realidad. Y lo ha hecho exhaustivamente. Incluso se montó en un avión para poder tomar fotografías desde el aire, aunque la escasa visibilidad de aquel día le han impedido reproducir aquellas imágenes a gran escala.

«Al principio no pensé que esto fuera a convertirse en un proyecto tan ambicioso», explica a pocas horas de la inauguración de la muestra en El Retiro. Pero luego «la cosa se fue complicando». A día de hoy se ha convertido en una droga que no piensa dejar, como si fuera un Richard Estes cualquiera retratando Nueva York hasta la saciedad. Quiere ser «un reportero del momento» que está viviendo. «No hay disfraces ni maquillaje, lo que está es lo que hay».

Sus temas favoritos han sido la arquitectura, los medios de transporte y el ocio de la capital. La flamante Terminal 4 aparece vista desde múltiples ángulos. Convertida en gran mural, llama la atención una inmensa instantánea del emblemático techo de la infraestructura. «Los beneficios de la venta de esta imagen irán destinados a las familias de los dos fallecidos en el atentado de Barajas», anuncia.

Otra de las imágenes epatantes traslada al público directamente a la Gran Vía, con un juego de perspectivas que introduce mágicamente al espectador en el cuadro. «Me encanta el centro de Madrid, es donde se ve más claramente la mezcla de etnias, de clases y de vidas que hay. Y también el autismo que padecemos los madrileños con respecto a lo que nos rodea». Su ciudad es soleada y realista, en cierta forma bucólica: «no me interesa la denuncia», admite, y por eso las obras de la M-30 no han motivado a sus pinceles.

A golpe de instantes madrileños, de escenas de su día a día, el artista ha pintado un mapa impresionista de la ciudad. Sin ayuda institucional, pero «con la absoluta colaboración de toda la gente con la que me he encontrado». Y es que la generosidad es indispensable cuando se trata de permitir que un fotógrafo invada un espacio como el White Note -pub gay por excelencia- durante toda una noche y registre con más de 700 imágenes el transcurrir de esa madrugada.

Hay muchas obras más. La única escultura, esa inquietante Estatua de la Libertad mitad hombre, mitad mujer, también Menina. O ese carboncillo que aún huele a trazo sobre el backstage de la pasarela Cibeles. Un humilde pintor, ya ven, ha retratado esta capital nuestra de comienzos del siglo XXI. Y está en venta.

Madrid Urbano. Hasta el 18 de febrero en Casa de Vacas (El Retiro).

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