LUIS MARIA ANSON
La barbarie de Eta en la terminal 4 de Barajas dejó a Zapatero como al toro que recibe un estoconazo hasta la bola y se refugia vacilante en tablas. Rajoy debió pedir el estoque de cruz y descabellarle políticamente. Es decir, el líder de la oposición, a través de alguna asociación de víctimas del terrorismo, tenía que haber alentado la convocatoria inmediata de una manifestación popular en Madrid contra Eta, invitando al Gobierno y a todos los partidos democráticos a sumarse a ella. Un millón de ciudadanos hubiera acudido a la llamada convocante, con la televisión agrandando el clamor de la multitud: «Zapatero, dimisión», «Zapatero, embustero». Del fracaso y las trapisonderías de la política zapatética de rendición ante el terrorismo se hubieran enterado hasta las ranas del estanque del Retiro.
No ha sido así. Vagos pretextos de fechas, de no generar acusaciones de oportunismo político, provocaron una tórpida reacción del PP, que consistió en no hacer nada ante Zapatero malherido. En las madrigueras de Ferraz y Moncloa no se lo podían creer. Esperaban el descabello fulminante y se encontraron con la piadosa reacción de la nada. Como en el poema de Lorca, Rajoy no quiso ver la sangre de Zapatero sobre la arena. Ante la torpeza del PP, el think tank monclovita instrumentó una vasta operación para endosar a los populares el fracaso presidencial.
A partir de ese momento, Rajoy fue a remolque. Le organizaron manifestaciones, le lanzaron a la yugular a los medios adictos y a los tertulianos sumisos y crearon un ambiente general de que el atentado de Eta exigía la unidad de todos los partidos democráticos para luchar contra el terrorismo y que sólo él se quedaba fuera del consenso. El debate parlamentario, que ganó un Rajoy espléndido de verbo y comunicación, y que no estuvo ni agresivo ni demagogo, tenía el mismo objetivo. Por eso lo aceptó el PSOE. Todos los partidos se mostraron de acuerdo con un nuevo pacto de consenso contra el terrorismo, dejando al PP insolidario y solo ante la opinión pública.
El 30 de diciembre pasado, Rajoy tenía las elecciones generales ganadas, según el gran Raúl del Pozo, si se hubiera decidido a descabellar políticamente al toro que se lamía las heridas, escondido en el Coto de Doñana. Le faltó decisión. Le tembló el pulso. Y las espadas han vuelto a quedar en alto. Zapatero está grogui todavía, pero no es un cadáver político. Rajoy ha desaprovechado una ocasión clara para aplastar al adversario político y no todos los trenes pasan dos veces.
Entramos en campaña electoral. Los partidos tiran ya a florete y, tras el primer tiempo de las municipales, los ciudadanos asistirán al despellejamiento de los líderes políticos nacionales. No habrá ni concesiones ni vacilaciones. Las campañas electorales se van a producir a hocico de perro rabioso. Rajoy puede recuperar el terreno que no supo ganar el 30-D. Pero su corte de asesores y aduladores deberá afinar su capacidad de acción y de respuesta. Con políticas merengosas, con reacciones inanes, con posturas inactivas, no se va a ninguna parte. El PP no puede mirar hacia atrás, como la mujer de Lot. La vocación de la sal y el inmovilismo no conduce a ninguna parte. No se puede perder la iniciativa. Caminar a remolque es asegurarse el declive y la derrota. Rajoy sólo tiene un camino si quiere ganar las elecciones: mirar hacia el futuro, mantener la iniciativa alerta y proponer soluciones concretas y esperanzadas a los problemas de fondo que aquejan hoy a la sociedad española.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
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