ARCADI ESPADA
Es muy razonable que Felipe González haya separado la derrota de los terroristas de su posibilidad (y de su voluntad) de matar. Incluso cabezas generalmente lúcidas reclaman todavía la derrota de los terroristas, cuando reclamar eso ya es lo mismo que reclamar la derrota de los criminales en serie. Más aún: el PP y víctimas afines oponen derrota a negociación, en otro grave error lógico. Lo contrario de la negociación no es la derrota, sino la firmeza. Y en la firmeza, por cierto, está incluida la necesidad de encarar los crímenes si se producen: hay personas que insisten mucho en que la negociación con los terroristas no puede salir gratis. Tienen razón; pero es lamentable que, al mismo tiempo, escamoteen el precio que debe pagarse por el ejercicio de la libertad y la firmeza. Lo que unos disfrazan con la palabra diálogo otros lo hacen con la palabra derrota.
La derrota de los terroristas a la que alude el ex presidente se centra en la imposibilidad práctica de que consigan sus objetivos políticos. Y tiene una vara de medir objetiva: el apoyo popular. El de ETA, escaso siempre, mengua lenta, aunque inexorablemente, desde hace años. Le queda, sin embargo, una parte que si bien es inútil para pensar en ningún tipo de posibilidad revolucionaria sí le procura un cierto lugar en el mundo al margen de la psicopatía. Es Batasuna. Sobre Batasuna tiene puestas el presidente Zapatero sus últimas esperanzas políticas. Hasta el punto de que confía (secretamente mientras le sobreviene el lapsus) en que el crimen de Barajas demuestre, contra la opinión y la ley, que Batasuna (ya) no es ETA. Ésta es su estrategia política y probablemente también la del nacionalista Imaz. No es descartable que algunos miembros de la propia Batasuna la observen con cierto interés y acuerdo. El despegue de Batasuna no tendría por qué acabar con los crímenes, pero marginaría aún más a los criminales, hasta el punto de hacerlos desaparecer de la política. La estrategia, sin embargo, presupone algunas obligaciones: la principal es que, si bien el atentado de Barajas puede sancionar que Batasuna ya no es ETA, también puede sancionar lo contrario. Como, por cierto, lo está haciendo hasta el día de hoy, sin que ni el Gobierno ni los medios parezcan dispuestos a cambiarle su extraño estatus alegal. Aunque, desde luego, entiendo sus problemas técnicos ante la condena de la violencia que le reclama el mundo democrático. Al fin y al cabo una tregua se quita y se pone desde el mismo punto de vista moral. Más dificultoso es eso: el cambio moral. No se puede ir yendo y viniendo cada nueve meses. Por algo es tan vieja y tan clara la inferioridad de las armas frente a las letras. Digamos letras.
(Coda: «Aristóteles pretende que ciertas pasiones se convierten en armas para el que sabe manejarlas. Verdadero sería esto, si, como las armas de la guerra, pudieran cogerse y dejarse a voluntad del que las usa. Pero esas armas, que Aristóteles da a la virtud, hieren por sí mismas, sin esperar el impulso de la mano; gobiernan y no son gobernadas». Séneca, De la ira.
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