Viernes, 19 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6242.
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Obituario / ART BUCHWALD
Gran columnista y 'santo patrón' de la sátira política
CARLOS FRESNEDA

«La belleza de no morir, cuando esperas morir, es que tienes la oportunidad de decir adiós a todo el mundo»... Art Buchwald, coronado como el «santo patrón» de la sátira política, ganador del Pulitzer en 1982 por la originalidad y el peso específico de sus columnas, llevaba seis años «muriéndose» y tuvo tiempo para despedir a la larga procesión de famosos y políticos que acudieron a su lecho para dejarse contagiar por su incorregible sentido del humor.

Ayer, horas después del desenlace fatal, The New York Times colgaba en su web un vídeo en el que el propio Buchwald nos saludaba sonriente desde el más acá: «Hola, soy Art Buchwald, y me acabo de morir».

Como testimonio de su vida después de la muerte fallida del año 2000, cuando sufrió una parálisis cerebral, nos queda también el último de sus 45 libros, Demasiado pronto para decir adiós, que cobra una nueva e inesperada dimensión tras su partida definitiva a los 81 años.

Art Buchwald, que inició su carrera como cronista social en París para la revista Variety y se consagró en los años sesenta como columnista en el Washington Post, murió al segundo o al tercer intento, después de haber decidido «desaparecer de una manera natural» (en palabras de su amiga y escritora Suzette Martínez Standring) y no tener que engancharse tres veces a la semanas a la diálisis durante el resto de su vida.

«Nunca pensé que morirse iba a ser tan divertido», escribió en una de sus últimas columnas. «Tengo un sueño recurrente... Estoy en el aeropuerto de Dulles en Washington, y tengo que irme al cielo. Voy a la terminal y miro la lista de vuelos. El cielo está en la última puerta».

Buchwald falleció en Washington, en casa de uno de sus tres hijos, Joel, con quien compartió los ocho últimos años de su vida. «Murió en paz, mientras dormía», certificó Joel.

Una insuficiencia renal fue la causa directa del fallecimiento, aunque su salud era muy quebradiza desde que tuvieron que amputarle una pierna hace un año, debido a problemas de circulación. Fue la segunda vez que sintió el susurro de la muerte. Ya entonces expresó su deseo de recluirse «en un hospicio para morir», pero su plétora de amigos -entre ellos, los Kennedy- no lo permitieron.

«Me traen a Martha's Vineyard en vez de llevarme al paraíso», escribió en mayo pasado. En la codiciada isla frente a las costas de Massachusetts, junto a la tumba de su esposa, reposarán las cenizas del popular columnista, que dejó instrucciones para que cremaran su cuerpo y pidió perdón a quienes le tomaron demasiado en serio: «Sólo quise hacer reír y hacérselo pasar mejor a la gente».

Los presidentes Nixon, Carter y Reagan fueron algunos de los personajes que pasaron por su peculiar guillotina, afilada por aquellos años de desmadre parisino. Siempre me quedará París fue precisamente el título de la segunda parte de sus memorias, precedidas de Leaving Home (Marchándome de casa) en la que relata su infancia a lo Charles Dickens en Mount Vernon, Nueva York (su padre era un fabricante de cortinas y su madre ingresó en un manicomio al poco de nacer), su experiencia con los marines durante la Segunda Guerra Mundial (se alistó a los 17) y su frenesí juvenil en California, antes de decantarse por el exilio europeo.

Con París después de la oscuridad se fue curtiendo, primero como cronista para el Variety, después para el International Herald Tribune. Esa veta satírica, engañosamente ligera, explotó tiempo después a su regreso a Washington en los años sesenta, en plena era del Vietnam.

Woodward y Bernstein le sirven en bandeja el Watergate, y su pluma-estilete le saca punta al escándalo como ningún otro columnista: «Justo cuando uno pensaba que ya no había nada sobre lo que escribir, llega Nixon y dice: 'No soy un delicuente'».

La santurronería de Carter o la prepotencia de Reagan fueron otros de los temas predilectos de sus influyentes columnas que con el tiempo se publican en más de 550 periódicos y le sirven para conquistar el título oficioso del columnista «más sindicado del mundo».

En 1982 recibe el Premio Pulitzer por sus «comentarios sobresalientes» y cuatro años después es elegido miembro de la Academia Americana de la Artes y las Letras, con más de una veintena de libros hasta esa fecha, entre los que destacan Washington is leaking (Washington está filtrando) y While Reagan Slept (Mientras Reagan dormía).

Pese a su precaria salud, Art Buchwald siguió escribiendo sus columnas hasta tres veces por semana en el servicio «sindicado» del grupo Tribune y se sumó con humor a la lluvia de invectivas contra el presidente Bush. En 2005 celebró su cumpleaños en la embajada francesa, donde fue gasajado casi como un hijo adoptivo.

El año pasado, después de uno de sus frecuentes aplazamientos con la muerte, Buchwald recibió el premio de la Asociación Nacional de Columnistas por su trayectoria profesional y fue aclamado como «el santo patrón de la sátira política».

Art Buchwald, columnista satírico, nació en Mount Vernon, Nueva York, el 20 de octubre de 1925, y falleció el 17 de enero de 2007 en Washington.

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