Viernes, 19 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6242.
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Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo (Marie von Ebner)
 OPINION
LOS PLACERES Y LOS DIAS
Un camarero
FRANCISCO UMBRAL

La otra mañana, al entrar en el café, respiré algo así como un aire de oficina. Porque los cafés de Madrid o se han convertido en musicales o en negociados ministeriales. Para explicar con más detalle la marcha de un café de los antiguos no basta decir que hemos pasado de Campoamor a Raúl del Pozo. De quien hemos pasado es de El Corte Inglés al bikini de buena familia.

El protagonista de la breve historia que voy a contar se llama Onofre, con nombre muy visigodo, cosa que le cuadra porque Onofre es de León y de allí me trae toda clase de frutas y verduras. Onofre lleva 50 años sirviéndonos café puro a los veteranos, con coñac español y chismes del Gobierno, que tuvo sus oficinas muchos años poco más arriba de Recoletos.

Cuando yo gané el Nadal Onofre ya estaba allí, y cuando el Príncipe de Asturias y cuando el Nacional de Literatura y toda la resma. O sea que ha hecho uno su carrera a la sombra de un camarero como a la sombra de una acacia municipal, de aquellas que decía Azaña que crecen como las acacias.

Ahora, con la pizca de la jubilación se le ha ocu- rrido a otro veterano que nos reunamos todos en torno de Onofre pidiendo pa- ra él la Medalla del Traba- jo. Esto le asegura a Onofre una gloria más consisten- te y le asegura al café unos dueños más recompensados. Pero hay que acordar- lo una tarde de fin de semana, que es cuando la burocracia literaria mete más personal en el café y así todo puede salir por mayoría. Naturalmente, me he apuntado a estos galardones, y no porque me considere digno de nada, sino porque alguien tiene que representar la contumacia, la insistencia y, mayormente, las ausencias de 12 o 14 poetas de la mesa de los mismos, que es un golpe de silencio, una marejada de versos que dejó medio mudo al café día a día, golpe a golpe.

Hemos despertado sin querer la melancolía de un café que vendía algo más que café, o sea premios de provincias y premios nacionales. A media tarde estamos todos un poco arrepentidos y melancólicos de nosotros mismos llorando sin lágrimas por Gerardo Diego, José García Nieto, Camilo José Cela y otros maestros a quienes debemos parte de lo poco que somos y un todo de lo bien que lo llevamos.

En mitad de la caída del imperio del café, está en nuestra cultura la caída de la literatura de posguerra, los prosistas de Franco y los niños de la Guerra. Claro que al silencioso y reflexivo Onofre todo esto no le importa demasiado, pues a mí al menos sólo me habla de frutas y verduras de su León miniado y gótico.

Pero León parece que da siempre hermosos rebrotes, como ahora mismo Antonio Gamoneda, que es ya el rey feo de tan hermoso reino. Creo que hemos pasado la tarde y yo hasta le he escrito una carta al ministro Caldera, que quizá recuerden ustedes: «En una de fregar cayó Caldera...», pero esto ya es una orgía de la nostalgia y hay que superarlo. «Onofre, enhorabuena, esto es la guerra». Se va uno a casa satisfecho porque hoy no hemos perdido la tarde, como luego me dicen a veces.

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