Samy Naceri confunde patológicamente realidad y ficción. O, al menos, es lo que le han diagnosticado los psiquiatras franceses después de haberlo atendido tras un intento de suicidio.
El actor francés agonizaba en su celda de la prisión de Luynes (sureste). No había carta de despedida ni certificado de últimas voluntades, pero la sobredosis de barbitúricos y medicamentos demostraba que el duro de Naceri había oficiado una muerte precoz a beneficio de la leyenda maldita.
Maldita como las imágenes de su última aparición en los telediarios. No era una película convencional, sino el vídeo pirata de una discoteca donde Naceri blandía un cuchillo delante del portero.
Sucedió en Aix-en-Provence el pasado 3 de enero, cuando el actor fetiche de Luc Besson fue invitado a respetar la fila de acceso al local. De nada le sirvió la escolta exuberante de una pareja de sultanas. Tampoco la cilindrada de su carro ni el mérito de haber ganado el premio a la mejor interpretación masculina (Indígenas) del festival de Can-nes de 2006.
La reacción violenta de Naceri le costó una plaza en las galeras. No tanto por elbalance de la reyerta discotequera, sino por su reincidencia en las broncas, desórdenes urbanos, agresiones a policías, provocaciones racistas, persecuciones hollywoodienses y peleas televisivas.
Bien lo sabe Salman Rushdie, invitado de honor en un programa que debatía el problema de la libertad de expresión. Naceri, hijo de inmigrante argelino y participante en el debate, fue informado del precio que valía la cabeza del escritor -2,8 millones de dólares- y se ofreció a liquidarlo con descuento: «Yo lo haría por 50 pavos».
La frase pertenece al repertorio canalla de Naceri, aunque sus extravagancias y barbaridades no le han restado popularidad entre sus compatriotas. Especialmente cuando dio forma y fondo al personaje de un taxista marsellés (Taxi) que circulaba como un piloto de carreras.
La película fue demonizada por los espadachines de la crítica intelectual a cuenta de la sal gorda y de la vulgaridad, pero la inercia de la taquilla (ocho millones de espectadores) y el consiguiente fenómeno social explican que vaya a estrenarse la cuarta entrega de la serie dentro de unas semanas.
Samy Naceri ha vivido para rodarla. También vive para verla, puesto que los médicos franceses de urgencias consideran que está fuera de peligro y que podría rehabilitarse bajo fianza de una vida sana y ejemplar.
No resultará fácil convencerlo. De hecho, la inestabilidad emocional de Naceri guarda tanta relación con su etapa de pandillero en la durísima periferia parisina como con sus amistades peligrosas en el mundo de las drogas.
Le puede el personaje que se ha construido y que le han construido. De otro modo no se hubiera dedicado a perseguir como un poseso en la autopista al conductor de un coche que cometió la osadía de utilizar el claxon. Igual que en una película, le dio caza, le cerró el paso con su 4x4 y le hizo salir del vehículo para ajusticiarlo con las manos. Qué paliza.
LO DICHO Y HECHO
«¿2,8 millones de dólares por la cabeza de Salman Rushdie? Yo lo haría por 50 pavos»
1961: Nace en París con el nombre de Said, hijo de emigrante argelino y de francesa. 1977: Deja el colegio. 1989: Obtiene su primer papel en una película (La Revolución Francesa). 1994: Lo descubre Luc Besson. 1998: Estrena la primera entrega de Taxi. 2005: Arremete brutalmente contra un estilista de la marca Von Dutch. 2006: Obtiene el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cannes.