En la ciudad deportiva del Bayern, a las afueras de Múnich, se hizo el silencio. «Ya no juego al fútbol con alegría. No puedo hacer las cosas a medias. Me voy». Y Sebastian Deisler (Lörach, Alemania, 1980) anunció que se retiraba del fútbol, que no puede más, que cinco veces en el quirófano y dos en el psiquiátrico ya son suficientes, que la carrera de un futbolista excelso se había terminado. A Deisler, muy jovencito, enseguida lo señalaron como el mejor de su generación, por encima incluso de Michael Ballack.
Un tipo elegante, siempre con la cabeza levantada, un mediapunta fino, poderoso, y un centrador inmaculado. Lástima de rodilla derecha. Sólo le aguantó hasta dos meses antes del Mundial de 2002. Su estela había pasado por el Borussia Moenchengladbach, donde empezó con 18 años, y por el Hertha de Berlín. En el verano de aquel año, el Bayern pagó 10 millones de euros y toda Alemania le entregó su esperanza para la cita de Corea y Japón. Sin embargo, su rodilla quebró y ahí se inició el calvario.
Aquella primera lesión en los ligamentos no pasó, entonces, de ser una más. Lástima para un chico en progresión al que aún le quedaba mucho tiempo por delante. Sin embargo, durante la campaña 2002/2003 apenas logró estar presente en 14 partidos. Las sobrecargas musculares y alguna recaída tibia de la rodilla comenzaron a hacerse insoportables en su mente. «Es débil de arriba», dijo entonces Ottmar Hitzfeld, sin saber todavía que lo peor estaba por llegar para Deisler.
Basti, como es conocido en su país, tocó fondo en noviembre de 2003. Hubo de ser internado en el Instituto Max-Plank de psiquiatría de Múnich. ¿El diagnóstico? Depresión. En la prensa alemana se habló de los problemas que durante el embarazo había tenido su novia brasileña, Eunice, como desencadenante de aquella situación. Pareció, cuatro meses más tarde, que el nacimiento de su hijo Rafael devolvía al futbolista a algo parecido a la normalidad.
Sin embargo, tuvo que ser internado otra vez a finales de 2004. Se habló entonces de su imposibilidad para asimilar toda la expectación que se había generado a su alrededor. Mientras tanto, la rodilla seguía a lo suyo y llegaron otras cuatro operaciones.
Ministro. El asunto Deisler se convirtió casi en una cuestión nacional. Hasta Edmun Stoiber, primer ministro del Estado Federado de Baviera, salió a los medios para decir que el chico «no volverá a jugar más». Sí volvió, solventados los problemas que la depresión le había causado. Poco antes de ingresar en la clínica psiquiátrica, salió públicamente a decir: «El Bayern me espía. Me han puesto unos detectives para seguirme y ver quiénes son mis amigos. No creo que tengan derecho». El club ni siquiera se molestó en negarlo.
Durante 2005 parecía que el cielo volvía a abrirse para el centrocampista. Regresó a la selección, donde había debutado en 2000, y de la que se ha ido con 36 presencias y tres goles. Klinsmann le entregó las llaves del fútbol germano, pero durante un entrenamiento con su equipo la rodilla crujió de nuevo y hubo de renunciar, por segunda vez, a un Mundial. Volvió a levantarse, pese a todo, para reaparecer el pasado mes de diciembre en un par de partidos, uno de ellos contra el Inter en la Champions.
«No entiendo la decisión», dijo el martes Uli Hoeness, el gran gerente del Bayern, a su lado durante la rueda de prensa, «pero el contrato, que termina en 2009, queda congelado por si quiere cambiar de opinión». «No ha sido una decisión repentina. Lo he meditado mucho», respondió Deisler, cuya clase sólo se embolsó tres Ligas y dos Copas alemanas.