Dos temas sobre la mesa, ambos conectados y de alguna manera solapados en su resolución: el acercamiento de Belgrado a la UE y el futuro estatuto de Kosovo, cuya propuesta será presentada por el enviado de la ONU Martii Ahtisaari el próximo día 26, a puerta cerrada, ante el llamado Grupo de Contacto (EEUU, Rusia, Alemania, Francia, Italia y Gran Bretaña) para esta provincia serbia de mayoría albanesa (90%, casi todos musulmanes).

Por ello, Bruselas no ha ocultado sus simpatías por el Partido Democrático (DS) del presidente Boris Tadic, partidario de proseguir con el proceso de reformas y de acelerar el ingreso europeo. «Estas elecciones van a decidir cómo será Serbia durante los próximos 20 años», aseguraba recientemente el jefe del Estado.

Su candidato a jefe de Gobierno, el hiperactivo y francófilo Bozidar Djelic, ministro de Finanzas del asesinado primer ministro Zoran Djindjic (2003), ya ha prometido en sus mítines que si gana su formación Serbia pondrá un pie en Bruselas antes de finalizar 2007.

Pero la bestia negra de la UE y del propio DS se llama Partido Radical (SRS) y en las últimas encuestas de intención de voto los ultranacionalistas reciben el mismo apoyo que los demócratas de Djelic, entre el 28 y el 30% de los votos. Su candidato es el número dos, Tomislav Nicolic, dado que su líder, Vojislav Seselj, está acusado ante el Tribunal de la Haya de genocidio durante la guerra de Bosnia.

Con el eslogan «A partir de ahora las cosas irán mejor», frente al «La vida no puede esperar» de los demócratas, los radicales han visto aumentar su apoyo en el último año tras la independencia de Montenegro y la ruptura de las negociaciones de adhesión con la UE porque Belgrado no entregó a la Haya a varios criminales de guerra, entre ellos Ratko Mladic y Radovan Karadzic, líderes militar y político de los serbios de Bosnia durante la guerra.

«Queremos ser un Gobierno aceptable para Occidente. Estaremos bajo el microscopio y no queremos cometer errores», afirmaba en los últimos días Nicolic. El dirigente ultranacionalista, que luce en su despacho iconos religiosos antiguos y mapas serbios del siglo XIX, no niega que Belgrado deba ingresar en la UE, pero deberá ser bajo sus «propias condiciones»: Serbia no ingresará en la OTAN y mantendrá fuertes lazos con Rusia, China y el mundo árabe.

El tercero en discordia es el Partido Democrático de Serbia (DSS), nacionalista moderado y europeísta, del actual primer ministro Vojislav Kostunica, que a todas luces puede convertirse en la llave del Gobierno para los de Djelic, aunque ambos aclaran que no hay acuerdos previos y que todo está abierto.

Tampoco se descarta una coalición de éstos con los ultranacionalistas, lo que provocaría más de un quebradero de cabeza en la UE. No hay dirigente serbio que se atreva a plantear abiertamente una posible independencia de Kosovo, lo que le convertiría en un cadáver político de cara a los comicios del domingo.

Y si bien el DS apuesta por una «autonomía sustancial», en palabras del ministro de Exteriores, Vuk Draskovic, en las últimas semanas de campaña el asunto ha desaparecido prácticamente de sus mítines, un detalle en el que Bruselas quiere ver un indicio de que no todas las puertas están cerradas.

En todo caso, los independentistas de medio mundo tienen su vista fija en lo que ocurra finalmente en Kosovo. Desde los separatistas vascos hasta los abjasios y osetios del sur en Georgia. Kosovo es administrada por la ONU desde 1999, año en el que Milosevic lanzó una campaña de limpieza étnica ante la que tuvo que intervenir la OTAN con bombardeos aéreos apenas a una hora de Viena para frenar unas masacres que costaron la vida a más de 100.000 albanokosovares y el desplazamiento de casi un millón de personas.

Después de que Ahtisaari presente su propuesta -en Bruselas saben que plantear su plan antes de las elecciones hubiera reforzado a los ultranacionalistas- comenzarán al menos dos semanas de negociaciones con las partes, aunque el plazo podría ampliarse, según Bruselas. Por parte serbia, hablaría el nuevo ejecutivo que saliera de las urnas.

El hueso de la UE será Rusia, que ya ha advertido de que sólo apoyará el plan si lo acepta Belgrado. Y Moscú tiene derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, único foro en el que quedaría sellada legalmente una posible independencia.

En las calles serbias, asimismo, se percibe cansancio. En los últimos tres años la economía ha crecido un 15% y el Gobierno de Kostunica ha conseguido recortar la abultada inflación. Sin embargo, seis años después de la caída de Milosevic, un 10% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y el 30% bordea su frontera. El desempleo abarca a un tercio de la población activa.

El agotamiento y decepción de los 7,5 millones de serbios también se traducirá, presumiblemente, en una participación muy baja. En octubre de 2006, la nueva Constitución del país se aprobó con apenas el 53% de papeletas emitidas.