El término Parlamento, como su nombre indica, deriva del verbo francés parler, que significa hablar. El Parlamento es, en su sentido etimológico, un sitio donde se discute y se intercambian opiniones políticas.
Esto era lo que creíamos hasta esta semana, en la que Diego López Garrido, catedrático de Derecho Político, letrado de las Cortes y cabeza bien pensante, ha descubierto que el Parlamento es un lugar donde no se habla. Al menos, la oposición.
El comunicado del PSOE, del cual López Garrido es portavoz, excluye al PP de la vida parlamentaria y señala literalmente que el Congreso no es «ámbito adecuado» para discutir la política antiterrorista. Suponemos que tampoco los Presupuestos, las leyes fiscales o los derechos básicos.
Estas cosas serias se discuten en una cafetería entre amigos y no en la Cámara, donde los diputados se alborotan y se encrespan fácilmente, sobre todo, si son del PP.
Siguiendo la lógica de López Garrido, al que tengo por un caballero, el Parlamento está para ponerse todos de acuerdo y no para perder el tiempo en discusiones inútiles.
Como el portavoz socialista es un hombre culto y con formación política, supongo que su comunicado se habrá inspirado en la filosofía de Oliver Cromwell, el estadista que disolvió con la punta de su espada el Parlamento británico en 1653.
He aquí sus palabras cuando se dirigió a los representantes del pueblo: «Lleváis demasiado tiempo aquí sin hacer nada. Marchaos, os digo, y tirad ese estúpido abalorio», dijo Cromwell. El abalorio era el mazo del presidente del Parlamento.
Los soldados de Cromwell desalojaron a los diputados y, un mes después, el dictador nombró a dedo a 140 notables para sustituirles. Se llamó la Asamblea de los Santos porque muchos de ellos eran puritanos.
Aquel Parlamento que Cromwell disolvió con su espada era el que había aprobado la ejecución del rey Carlos y la pena de muerte para los adúlteros. Pasó a la Historia como el Rump Parliament o Parlamento rabadilla. Lo que no sabemos es cómo va a pasar a la Historia nuestro Congreso tras la hazaña del PSOE y sus aliados. Propongo que se le llame Parlamento empanadilla, que es una pieza culinaria en la que se mezclan elementos heterogéneos con un sabor casi siempre desagradable.
Cromwell impulsó la creación de un comité en el Parlamento para impulsar la propagación de los himnos religiosos. López Garrido debería crear una comisión para cantar loas a Zapatero, la paz y el diálogo. Sonsoles, la mujer del presidente, podría dirigir el coro. Claro, que nada de polifonía: todos a una sola voz, como Dios manda.
Cromwell también nacionalizó las tierras de los partidarios del rey Carlos que fueron pasados por la horca. Y aprobó una ley contra la blasfemia. No es por dar ideas, pero lo cierto es que a Zapatero le queda mucho por hacer si quiere emular al gran Cromwell, Lord Protector de la República británica.
Cuando el presidente hablaba de «republicanismo cívico» al llegar al poder, a lo mejor estaba pensando en los sutiles métodos de Cromwell que tanto le gustan al letrado Garrido. God bless The Lord.