De todos los hombres que conocí, el que más me asombró fue Paco Rabal, capitán de la noche, corralero de las ventas de madrugada, que nació en un cabezo de la Cuesta del Gos, zona minera de Aguilas. Según la leyenda negra, los murcianos, medio trovadores, buscas, volatas, tenían prohibida su entrada a los ejércitos de Su Majestad junto a los gitanos y a otras gentes de mal vivir, pero en las Reales Ordenanzas, que me ha enviado mi general Félix Sanz, ya se ha eliminado ese título racista.
Otro de los grandes murcianos que he conocido es Pedro Guillén, al que no sé qué coño esperan para darle el Príncipe de Asturias. Anteanoche EL MUNDO le dio un premio y dijo: «Soy un murciano moderno que nació en Archena a la sombra de un tomate». Se puede nacer a la sombra de un gruñamo, ser un mago de la rodilla y dar el perfil de un Nobel. Guillén ha realizado 4.000 ligamentos cruzados y le debemos un millón de goles. «Tendré más cojos que otro», dijo, «pero porque opero más que otros». Hubo murcianos que asombraron al mundo: neoplatónicos bujarrones, Salzillo, el inventor del autogiro, Campmany, Arturo, José Lucas, los Rabal, Conchita, Salvador y tantos cuyos espectros noté, entre las croquetas, en el cielo de EL MUNDO.
Saludé a Asunción Balaguer, a su hija Teresa Rabal, a Antonio Lucas, el príncipe de la nueva poesía, y a Pedro, que, como buen murciano, se trajo a toda la familia. Este sabio ensimismado no sólo conoce el panocho, como Paco, sino la genufonia, el lenguaje de la rodilla. Cultiva cocondritos y los lleva al colegio. Paco hablaba panocho y con el diminutivo ico para epatar a Buñuel. Pedro habla esa mezcla de mozárabe y catalán para darles consejos a las células embrionarias, a los tobillos y a las tibias.
Todas las tardes sotas desorejadas cuentan en televisión como ligaron a toreros o a futbolistas; se habla de placados y de políticos; nunca de los que hacen cultivos celulares u otras hazañas de la inteligencia. Guillén lleva como Murcia el corazón de un ilustrado en su esforzado pecho. Murcia y Sevilla fueron fieles al rey sabio y por eso Alfonso X en su testamento ordenó que sus restos se enterraran en Sevilla excepto su corazón, que debía ser trasladado a la catedral de Murcia.
Las piernas, doctor, son las alas del corazón, el futuro no está en la rodilla de los dioses sino en las nuestras, que son el corazón del esqueleto, le decía Camilo José Cela. Aquel ogro que sabía dormir ballenas con la flauta murió en la habitación 201 de la Clínica Cemtro. Horas antes, cuando Guillén le dijo: «Don Camilo: tenemos que bajarle a la UVI», Camilo contestó: «Pedro, prefiero morir aquí, al lado de Marina». Entonces Guillén le puso una UVI en la habitación 201. Cuando murió el gallego, cantó un ruiseñor. Pedro marcó el número del Rey.