Pasada la Diagonal, los edificios de nueva planta y los carteles que muestran la imagen final de los innovadores bloques de oficinas que aún están por construir, una veintena de caravanas y barracas ocupan un solar abandonado. Sus aproximadamente 200 habitantes viven entre escombros, suciedad y restos de chatarra oxidada.

Imaginar cualquier tipo de orden se hace imposible: palés, lavadoras, hornos, somieres, colchones, zapatos y ropa reposan sobre el barro (obviamente no hay asfalto). Este es el hogar de la colonia galaico-portuguesa que en los últimos años se ha asentado en distintos puntos del distrito de Sant Martí.

Sólo 100 metros más allá de una valla publicitaria instalada por el Ayuntamiento que reza Fem barri, fem habitatge se encuentra el inmundo campamento. Enfrente aún sobrevive una antigua fábrica de extintores. Contrastes del 22@. El barrio que pretende erigirse como el más moderno, que concentrará las empresas tecnológicas más punteras y los pisos de último diseño esconde una realidad bien diferente.

Esta comunidad malvive hacinada de espaldas a la ciudad. Y Barcelona parece ignorarla. Los pasajeros del 26 (la parada del autobús está delante del asentamiento) contemplan con indiferencia, tal vez por la fuerza de la costumbre, cómo los niños juegan entre los escombros. No, no pasa de las cinco de la tarde. Aunque deberían estar en el colegio, corretean despreocupados sorteando los numerosos objetos que se acumulan entre las chabolas. Todo está roto, incluso sus juguetes. Pero a ellos no les importa, se divierten igual.Una tarde cualquiera son los únicos habitantes del campamento.A penas se ven adultos.

Hace unos años este tipo de asentamientos estaban formados por inmigrantes procedentes de Rumanía, pero, según los Servicios Sociales, éstos ya se han instalado en viviendas.

Otros miembros de la colonia galaico-portugesa han ocupado las naves de un antiguo recinto industrial en el número 374 de la calle Pere IV. Sólo unas pocas manzanas les separan de sus compatriotas y viven en las mismas condiciones de precariedad, pero al menos su casa tiene muros. Precisamente, este detalle es el que les diferencia del resto de personas que duermen en las calles de la ciudad.

Los Servicios Sociales no consideran a esta población como personas sin techo porque viven bajo uno. El director de Servicios Sociales, Francesc Patricio, reconoce que tienen constancia de la existencia de estos núcleos de pobreza, ya que el trabajo de los educadores del Servei d'Inserció Social ha servido para construir un mapa de lo que sucede cada día en Barcelona.

Sin embargo, este colectivo es bastante reacio a dejarse ayudar o a acudir a un centro de acogida por voluntad propia. «Cuando los abordamos, ellos mismos nos dicen que ya tienen casa», explica Patricio.

Debido a sus costumbres nómadas, y a que viven en caravanas, no encajan en la definición de personas sin techo. De momento, restan olvidados al otro lado de la Diagonal.