Domingo, 21 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6244.
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 CRONICA
MARGINACION / NIÑOS QUE ROBAN COCHES
DE «EL PERA» A «EL SAMURAI»
EL PASADO fin de semana este crío de 8 años robó un BMW con tres amigos y la noticia nos recordó los tiempos de famosos delincuentes juveniles como «El Pera», hoy convertido en un hombre de provecho. CRONICA lo llevó al poblado marginal donde malviven los niños. «El Pera» promete llevarlos al colegio
JUAN C. DE LA CAL

En esta jungla, el león que más ruge tiene adjetivo de mujer y espíritu de condenado. En esta jungla, las serpientes se enroscan al estómago de los niños hasta asfixiarlos de hambre. En esta jungla, los mosquitos coquetean con las ratas y tienen nombres como heroína, delincuencia o paro. Las metáforas sirven para describir un poblado gitano -400 habitantes e indicadores sociales africanos- conocido oficialmente como El Cañaveral y que popularmente llaman La jungla. ¿Adivinan por qué?

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Al Mowgli de esta jungla le apodan el Samurai, aunque su nombre sea Carlos, y ande perdido porque a Baloo lo encarcelaron hace tiempo y ya no tiene a quién seguir... Parecido con el protagonista del libro de Kipling no le falta: delgado, desgarbado, silencioso, huidizo, melenilla morena y tímido en la mirada. Todo un héroe para sus amigos desde que aparece en la tele como ladrón de coches. Y sólo tiene 8 años...

Le encontramos dando vueltas por el vertedero del poblado en una moto enana con su sobrinito Juan sobre las rodillas. Pasa delante de nosotros una, dos, tres veces, sin querer parar, sin querer mirar, sin querer saber nada del mundo. Y todavía estaría dando vueltas si alguien no le hubiese dicho que El Pera, uno de sus ídolos de cuando era pequeño, había venido a verle, «pa darle buenos consejos», como le dice al llamarle su tío Mariano.

El encuentro entre los dos es un desafío al reloj de la Historia. A finales de los 70 Juan Carlos Delgado, El Pera, lideraba una banda de delincuentes juveniles en Getafe que cometió más de 150 delitos de todo tipo. Literalmente: les conducía como un maestro en los vehículos que robaba desde los siete años. A los 11 le llevaron a la Ciudad Escuela de los Muchachos, en Leganés, donde el carisma y la convicción de su líder y fundador, el Tío Alberto, consiguió reencauzar su vida.

Hoy Juan Carlos es un reputado probador de coches, periodista, maestro de conducción de guardias civiles y escoltas reales y todo un ejemplo para críos como el Samurái, que ya sabe lo que es que la Policía te persiga a toda velocidad cuando huyes en un coche robado.

Ocurrió en la madrugada del pasado sábado. El pequeño fue interceptado junto a otros dos compañeros de poblado -el Toño y el Johnny, de 13 y 10 años de edad respectivamente- cuando iban en un BMW blanco robado por un camino cercano a La Jungla. Los policías les persiguieron a 80 kilómetros por hora, dando saltos sobre los baches hasta que un trompo sin cinturón de seguridad puso fin a la huida. Resultado: varios policías heridos y tres héroes nuevos en el poblado...

A El Pera también le recibieron como un héroe...

«¿Tu conociste al Vaquilla?», le dice un chaval con los ojos bien abiertos. «¿Y al Torete? ¡Joer tío, como mola!», dice otro moviendo la mano compulsivamente. «Yo he visto tu peli varias veces. Eres un máquina», repite el que parece más mayor. El Pera pide un poco de calma. Viene con un DVD bajo el brazo -una copia de la película Volando Voy, de Miguel Albadalejo, basada en su vida- y quiere ponérsela a los chavales «y darles buenos consejos», como decía el gitano.

Mariano, tío del Samurai, nos ofrece su chabola para verla. Dentro hace calor. El suelo es de tierra. A los lados, sobre los plásticos, cartones y maderas que hacen de pared, hay muebles de cocina, una mesa y estanterías. En una esquina, una cama enorme de matrimonio. Al otro lado una estufa de leña. Y el centro, vacío. Como si fuese un plató de televisión. El aparato está en frente y los personajes entran poco a poco.

Las gitanas, con sus críos en brazos, se sientan juntas en la cama. Los niños, encabezados por el Samurai y el Johnny, se ponen en primera fila. Los mayores, nos quedamos atrás. Todos de pie. No vemos ni una sola silla en la chabola. El Pera coge el mando de la tele y hace un resumen de imágenes seleccionadas entre las de más acción.

«¿Y ése eres tú?». «¿Y le pegabais tiros a la Policía?». «¿Quién te enseñó a conducir?». «¡Yo quiero ser como tú cuando sea mayor, Pera!». Los comentarios no tienen desperdicio. El periodista se siente como espectador privilegiado de otra película: la que se vive cada día en las cloacas de una gran ciudad protagonizada por familias atenazadas de miseria.

HÉROE

«¿Habéis visto lo que les pasó a todos mis amigos? No queda ni uno vivo. Se estrellaron en un coche, algunos murieron en la cárcel, otros de sida o sobredosis. ¿Queréis acabar así? Pues ya estáis yendo al colegio en vez de chorar coches por ahí, que no conduce a nada bueno...», les adoctrina su héroe en un tono cercano y simpático.

Mientras Juan Carlos cumple con la misión que le ha traído aquí, nosotros aprovechamos para saber más sobre sus sucesores. Mariano nos explica su propio pasaje vital: se enganchó a la droga a los ocho años, estuvo seis en la cárcel y consiguió dejar de consumir heroína Dios sabe cómo. Ahora se gana la vida «chatarreando» y con lo que saca mantiene a su mujer, su crío pequeño y a su sobrino Carlos.

En medio de la conversación, el padre de el Samurai entra en la chabola. Tiene el diablo dibujado en su mirada, entre la melena y una poblada barba negra, e inspecciona a los recién llegados como calculando qué puede sacar de ahí. «Está enganchado y no se da cuenta de nada. Como nuestro padre, que se murió a los 40 años yonkarra perdido», nos explica su hermano con una mueca de tristeza.

Así que ése es el karma de la jungla. El Samurai es hijo y nieto de toxicómanos, tercera generación de chabola, hambre y drogas, enésima vida de gitano orillado de un lado, automarginado de otro. Su abuelo nació en el antiguo poblado de Los Focos, derribado hace 20 años para hacer casas. Se fue a Portugal, donde nació Carlos y murió él, dejando a su familia peor de lo que estaba en Madrid. Sus hijos volvieron y su nieto, como él, como ellos, como El Pera de la infancia y de la película, roba coches con ocho años...

No es colegio, ni hospital lo que les falta a estas familias chabolistas. Ambos están a 15 minutos andando, en el barrio de Vicálvaro. El problema es que la mayoría de las familias están indocumentadas y muchas no cobran ni los poco más de 200 euros que el Ayuntamiento ofrece como ayuda a estos casos extremos. El Samurai se levanta la camiseta por orden de su tío y nos enseña la cicatriz que le baja desde la garganta al pecho. «Tiene dentro uno de esos bichos que te marcan el ritmo del corazón. Fue un problema de nacimiento y le operaron en Portugal. Por eso es tan silencioso...»

Esmeralda, la madre de el Johnny, también es portuguesa. Y su marido también es yonqui. Y su hijo Juan, de 10 años, también estaba en ese BMW blanco por el que hemos venido aquí. Pero el crío es bien distinto a su colega Carlos. Parece mucho más despierto y alegre. Aunque tampoco pise el colegio ni sepa leer ni escribir. «A ver si usted le convence pa que vaya en ve de estar todo el día por ahí so pensando en los coches» le dice la madre a el Pera. «Pero si fui un día, madre, y no me dejaron entrar», dice el crío con una sonrisa pícara.

«Pues te voy a llevar a un colegio guay si tu madre quiere», dice de repente el Pera. «Mi niño no va a ningún sitio sin mí», replica Esmeralda, madre de seis hijos y que aún no ha cumplido los 25 años. «Tú te vienes también. ¿Conocéis la Ciudad de los Muchachos? ¿No? Pues es una escuela donde te enseñan un oficio...».

Dejamos a Juan Carlos con su intento reformador. Seguro que el Tío Alberto lo intentará de nuevo a pesar de su delicada salud. Pero eso ya es otra historia...

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