A. LUCAS
CAYETANO
El corte del matador. Ha llegado a los toros desde los internados de Suiza y tras perder el tiempo en un aula de Empresariales. Con las cuatro sangres de los suyos se han teñido alberos: desde el Niño de la Palma y Antonio Ordóñez a Dominguín y Paquirri. Le ha encontrado el sitio a la vida después de jugarse las ingles con las chupeteras en las discotecas de moda. Se ha hecho coleto tras cincelar unas verónicas en Ronda, donde Rilke vio resumidas todas las cosas que había deseado. Cayetano no es una sota de espadas, sino un torero de corte esencial con agua oscura en las muñecas, inquilino del misterio de los mudos. Este año se le acabó la tregua.
La victoria. Desfiló la otra tarde para Armani. Una concesión. Su elegancia está en la plaza.
FARRUQUITO
Por «farrucas» en el patio. Cuando baila no hay en él tizne calorro, sino el mismo voltaje de los ángeles terribles, el temblor de hogueras de la raza maldita. Ha recuperado para el flamenco el blasón y el compás portentoso de su abuelo Farruco. Taconea sin bisutería, con el fósforo del corazón malherido puesto en las suelas. Pero tenía que entrar en la trena. Dejó morir a un hombre por una macarrada, dándose a la fuga. Va a pasar un año en el chabolo protegido como un príncipe por los suyos, le evitarán mamoneos, pero la cárcel es una sombra de mucho plomo. La Justicia en este caso ha sido lenta y desigual, como suele pasar. Pero a él ya le tocaba.
La derrota. Lo suyo no es derrota, sino trance. Y no hay atenuantes.
|