Y ésa es la cifra que, según la edición online de la revista Forbes, han pagado a la empresa Vladi Private Islands (www.vladi.de) por Bonds Cay Miguel Bosé, Alejandro Sanz, Shakira, su novio Antonio de la Rúa -el hijo del ex presidente argentino Fernando de la Rúa- y el ex líder de Pink Floyd, Roger Waters. Un maridaje curioso. Por un lado, Waters, de 63 años -«Todo bajo el sol está en armonía / pero el sol está eclipsado por la luna»-; por otro Shakira, de 29 -«Oh, chico, cuando hablas así / haces que una mujer se vuelva loca»-. Y en medio, Bosé, Sanz y De la Rúa, que siempre será recordado como el hijo del presidente bajo cuyo mandato Argentina, simultáneamente, devaluó su divisa, suspendió pagos y sufrió la quiebra de todo su sistema financiero. Tan pavoroso historial económico no parece haber disuadido a los socios financieros del proyecto: el promotor de Miami Arthur Rubinstein, y la sociedad de capital-riesgo neoyorquina Guggenheim Capital.

Pero no se trata de convertir Bonds Cay en una Seseña caribeña. El plan es convertir Bonds Cay en la antítesis de Seseña: un centro turístico alternativo y para millonarios, lo que incluye un pequeño hotel, apartamentos de lujo y un retiro para los artistas. Como ha declarado Rubinstein a Forbes, «no se trata de tener 200 lanchas motoras y un campo de golf de 18 hoyos. Es un concepto más vinculado al arte y a la cultura». Fuentes próximas a los artistas han confirmado a CRONICA que ya han contactado con arquitectos de prestigio mundial para diseñar las construcciones. El inicio de las obras está previsto para mediados de este año, y las primeras plazas estarán en el mercado en 2010.

Rubinstein no oculta que uno de los atractivos de Bonds Cay es que los músicos van a tener sus residencias allí. Es decir que uno se los podrá encontrar en la playa. O, al menos, soñar con ello. Y, por más que diga el promotor, es inimaginable que Roger Waters se meta en ningún sitio en el que no haya un campo de golf. El precio de pasar unos días en la isla es una incógnita aunque, dependiendo de cómo sea finalmente el proyecto, puede oscilar entre varios cientos y varios miles de euros diarios.

Con un poco de suerte, uno tal vez pueda encontrarse buceando a José María Michavila, ex ministro de Justicia del PP y actual diputado del Congreso, cuya falta de asistencia a las sesiones le ha hecho merecedor del premio al diputado desconocido, otorgado por los periodistas parlamentarios. Michavila no ha desaparecido de la Carrera de San Jerónimo porque se haya ido a Bonds Cay, sino porque se ha convertido en el agente de una de los líderes del proyecto: Shakira.

La idea de que las celebrities se conviertan en émulos chic de El Pocero no es nueva. Uno de los pioneros es Charlie Rose, estrella de la TV pública estadounidense, la PBS, que hace un año inició un proyecto similar, también en el Caribe. Todos estos creadores tienen ideas más o menos originales acerca de cómo deben ser los complejos turísticos -unas ideas frecuentemente basadas no sólo en su condición de artistas, sino en una experiencia abrumadora en las playas más lujosas de todo el mundo-. Además, los nombres famosos atraen a los turistas.

Otros famosos estadounidenses están entrando en el sector inmobiliario, aunque de forma más convencional. Ése es el caso de la empresaria de la decoración Martha Stewart, que pasó cinco meses en la cárcel por obstrucción a la justicia en un caso de uso de información privilegiada en Bolsa, y el jugador de baloncesto Shaquille O'Neal.

Pero es una actividad arriesgada. George Clooney y Brad Pitt han tenido que liquidar su proyecto de hoteles y apartamentos Las Ramblas, en Las Vegas, por falta de demanda.

El propio Waters sabe de esos peligros: en 1980, cuando estaba en Pink Floyd, la gestora de los fondos del grupo, Norton Warburg, protagonizó un escándalo de malversación de fondos que llevó a la quiebra a los cuatro miembros de la que entonces era la mayor banda de rock del mundo. Aunque eso fue hace más de un cuarto de siglo. El mes pasado, Waters vendió los cuatro apartamentos que tenía en la Torre Olympic, en la Quinta Avenida de Nueva York, por 14,5 millones de dólares, cifra suficiente para comprar otra isla en las Berry.