Domingo, 21 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6244.
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 CULTURA
El escenógrafo luciferino
A. L.

La fuerza y singularidad de sus mitologías y la forma de entender el retrato son dos más de las apuestas de Miguel Falomir para iluminar el amplio registro de la obra de Jacopo Robusti, Tintoretto. Entre las composiciones mitológicas que acoge el Prado destacan, entre otras, 'Venus, Vulcano y Marte' (1552), prestada por la Alte Pinakothek de Múnich, y 'Origen de la Vía Láctea', una de las joyas de la colección permanente de la National Gallery de Londres. «A través de este tipo de trabajos se percibe su singular actitud ante la narración de escenas mitológicas, quitándole solemnidad y esa épica tan frecuente en algunos artistas de su tiempo», aprecia el comisario.

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De alguna manera, Tintoretto utilizaba la mitología para reflejar la sociedad en la que le había tocado vivir y que observaba con severo juicio crítico. A través de estas grandes obras levanta sus escenografías abundando en el sentido cinematográfico de su pintura, dejando siempre la huella del escenógrafo excesivo y atormentado que era, luchando en el feudo de sus propios demonios y manejando con maestría luciferina el color, «los azules Tintoretto» que describió Rafael Alberti.

Los retratos son también parte importante de su formación artística. De toda la serie que reúne el Prado es su último autorretrato, realizado cuando el artista tiene ya 70 años y prestado por el Museo del Louvre, el que deja ver con más claridad la torcida astronomía de su fortísima personalidad. Quien se desliza por la tela es ya un anciano que anuncia con el carbón gastado y aún abrasador de la mirada su desesperación. Es una obra oscura, severa, amenazante, desoladora. Decía Eugenio D'Ors que «lo más trágico que puede pintar un colorista es un retrato». Quizá tenía razón.

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