Domingo, 21 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6244.
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 CULTURA
«Unamuno fue el único intelectual represaliado por los dos bandos»
Luciano G. Egido recrea en 'Agonizar en Salamanca' los meses finales de la vida del escritor, a los 70 años de su muerte
EMMA RODRIGUEZ

MADRID.- «Todo hombre civil que sea noble y entero está predestinado a la soledad senil; su vejez será un trágico aislamiento... ¿Hay nada más grande y más heroico que un anciano vigoroso que se mantiene defendiendo su soledad?». Esta cita abre Agonizar en Salamanca, el libro de Luciano G. Egido que recrea los últimos seis meses en la vida de Miguel de Unamuno, de julio a diciembre de 1936.

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La frase, de la que el autor de Niebla y Del sentimiento trágico de la vida dejó constancia en 1918, fue una especie de premonición que se hizo realidad, como refleja la obra de Egido, una mezcla de biografía, crónica histórica y recreación literaria en la que el lector ve pasar la España de la Guerra Civil ante la perpleja mirada del viejo y sabio pensador, un hombre fiel a sí mismo, por encima de sus múltiples matices y contrariedades, que se sintió decepcionado por los dos bandos.

«Unamuno fue el único en ser represaliado por republicanos y franquistas. Él, que no entendía de buenos y malos, se limitó a traducir los acontecimientos desde su perspectiva de intelectual», señala Egido, refiriéndose a la falta de prejuicios de quien no dudó en criticar los errores de la República y tampoco en decir a las autoridades franquistas a la cara que «vencer no es convencer», la célebre frase que pronunció en su discurso del Día de la Raza el 12 de octubre.

Resulta conmovedora la escena, recreada con todo detalle en el libro: la inicial negativa a participar del veterano rector de la Universidad de Salamanca -destituido en su cargo por la República y de nuevo en su puesto tras ponerse del lado de los sublevados-; su ausencia de la misa previa y, finalmente, su intervención, cuando ya no pudo contener las palabras.

Palabras contra la barbarie que provocaron la airada reacción del general Millán Astray: «¡Mueran los intelectuales!», gritó, con los fusiles alerta de sus guardias esperando alguna orden, mientras la mujer de Franco, Carmen Polo, condujo hacia la salida a un Unamuno que, lejos de amilanarse ante los insultos, siguió respondiendo.

«Fue un anciando valiente que le echó arrestos a la cosa y se lo jugó todo... Le quemaba el recuerdo de su propio error de haber ayudado a aquellos hombres, que le habían ido demostrando, en aquellos tres meses trágicos, la indignidad de su comportamiento, las dimensiones de su equivocación», reflexiona Luciano G. Egido en el libro sobre un episodio suficientemente conocido, pero no por ello menos estremecedor.

«Podían haberlo matado allí mismo. Puede que no lo hicieran porque con el escándalo de Lorca ya tenían bastante, o porque en el fondo los falangistas sentían una cierta simpatía por aquel viejo un tanto chiflado que salía de paseo con ellos y les abría la puerta de su casa, aunque luego, en su diario, les pusiese a parir», señala el autor de Agonizar en Salamanca, que ahora, 20 años después de su primera edición en Alianza, vuelve a poner Tusquets en las librerías cuando se han cumplido 70 años de la muerte del escritor (31 de diciembre).

De la mano de Egido el lector asiste a esos meses finales y cruciales en la vida de Unamuno como si del protagonista de una novela se tratase. Le ve entrar en el casino de Salamanca, donde asiste poco después del agrio episodio de su discurso y siente el odio de los amigos que le retiran la palabra y le llaman traidor, mientras él se siente perplejo, sin entender aún cuán poco propicios eran aquellos tiempos para los que pretendían ir por libre, estar al margen de consignas.

Le acompaña en su soledad, en su frustración cuando sigue recibiendo cartas de gente que pide su ayuda para evitar ejecuciones de seres cercanos. Anteriormente, lo había intentado, había pedido audiencias a Franco para rogarle compasión, pero, cuando ya se le ha destituido de todos sus cargos -por segunda vez de su puesto de rector vitalicio de la Universidad de Salamanca-, sólo le queda la impotencia y la muerte, que recibe -a los 72 años- con otra frase célebre: «¡Dios no puede volverle la espalda a España!».

Luciano G. Egido retrata al autor con sus luces y sus sombras, sus grandes gestos y sus flaquezas, sus ímpetus y sus miedos. «Hay quienes han dicho que mi pretensión era desmitificarlo, pero en absoluto. Digo que era envidioso, egoísta y cobarde, pero eso no quita nada a su genio. Lo que he pretendido ha sido profundizar en el personaje, entender su complejidad a través de la recreación literaria, inventando incluso aquellos episodios a los que el dato histórico no llegaba».

Sin embargo, el autor es consciente de que la lectura histórico-política se ha impuesto a sus intenciones, de que resulta inevitable que, ahora que tanto se habla de recuperación de la memoria histórica, Unamuno vuelva al primer plano de la actualidad para aportar un nuevo registro, el de la imparcialidad, a una realidad, la española, que, peligrosamente vuelve a dividirse en dos.

«Ahora que corren vientos favorables a la República y se reivindica lo que durante 40 años se le negó, el testimonio de Unamuno va a contracorriente. Su lección es la del intelectual serio y apasionado que no quiso encasillarse, no militó en ningún partido y criticó los males de las dos partes, reconociendo sus propios errores», señala Egido.

El eterno debate del compromiso de los intelectuales es otro cauce de reflexión que se abre al seguir la trayectoria de un hombre que se negó a encerrarse en la torre de marfil de su obra. «Pero la política se queda en sus artículos, no entra de una manera manifiesta en sus poemas, ni en su teatro, ni en sus novelas», señala Egido, quien, convencido de que su literatura sigue gozando de plena vigencia precisamente porque indaga en los conflictos del ser humano más allá del marco temporal en el que se producen, sentencia: «A Unamuno hay que leerlo sin pasión política, con pasión humana».

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