ATLÉTICO 1
OSASUNA 0
Pichu
Seitaridis
Zé Castro
Perea
A. López
Luccin
Galletti
Maniche
Jurado
Agüero
Torres
Cambios: Gabi por Galletti (min. 46)
Mista por Maniche (min. 84)
s.c.
Costinha por Jurado (min. 88)
s.c.
Ricardo
Izquierdo
Cuéllar
M. Flaño
Corrales
Nekouman
Raúl García
Héctor Font
Juanfran
David López
Webó
Cambios: Valdo por Juanfran (min. 63)
Soldado por Webó (min. 63)
Cruchaga por Héctor Font (min. 80)
s.c.
Arbitro: Lizondo Cortés
Tarjetas amarillas: Torres, Izquierdo, Jurado, Maniche, Corrales, Ricardo (2).
Tarjetas rojas: Javier Aguirre (entrenador) (min. 43); Cuéllar (min. 77); Soldado (min. 86); Ricardo (min. 90); Raúl García (min. 95).
Goles: 1-0: Zé Castro (min. 83).
VICENTE CALDERON. 38.000 ESPECTADORES.
MADRID.- A veces, sólo a veces, el fútbol dibuja algo parecido a la justicia. No tanto por la victoria del Atlético, que también -lo buscó y lo mereció en la segunda parte-, como por la forma de lograrla. El gol que sitúa al equipo, aunque sea por unas horas, en zona de Liga de Campeones, fue marcado por su mejor futbolista anoche, Zé Castro, un central, todo un descubrimiento. Empezó el año sentado en el banquillo como presunto relevo de Pablo y Perea. Cuatro meses después, le ha tomado la delantera a los dos y son ellos quienes esperan su turno tras el portugués. Prolongando el análisis en términos de justicia, el gol fue producto de un barullo después de fallar un penalti y un par de ocasiones bastante claras. En resumen, la esencia del Atlético. Ganó porque lo mereció, pero lo hizo de la forma menos ortodoxa.
Pese a una primera parte horrible, a la perenne falta de fluidez, a la ceguera frente a la portería rival y a algún que otro fallo propio de infantiles, el grupo cierra la primera vuelta con 35 puntos. Si completa lo mismo en el segundo parcial sumará 70. Números de Champions. Así de claro. El Atlético avanza. A trompicones, como si en el camino sólo hubiese piedras, pero avanza. Sin brillantez, pero avanza. Y eso, después de una década demasiado triste, es un principio sobre el que asentar un crecimiento futuro. Claro que, de haber tenido un público menos fiel, ayer el equipo se hubiera quedado solo en el estadio durante la primera parte.
Superó, durante ese tramo, un reto imposible: empeorar su imagen de esta temporada en el Calderón. Fue un equipo sólo presto para entrar en la batalla de los empujones, el jaleo, las tánganas... Nada de fútbol, por supuesto. Nada de presión al rival, nada de coraje, ni sudor, al menos. Nada. Enfrente Osasuna, un bloque opuesto al del pasado miércoles, sin el ímpetu, sin la clarividencia de la Copa, que terminó con siete futbolistas, desquiciado, después de ser barrido del campo en la segunda parte.
Sorprendió Ziganda a Aguirre de inicio metiendo a cinco centrocampistas y por ahí durmió el partido. Apenas tenía llegada, con Webó clamando en el desierto, pero tuvo la pelota y jugó a no perderla. Como quiera que el Atlético apenas roba, y cuando lo hace es en campo propio, sólo un par de amagues de Agüero despertaron al respetable.
En este equipo, dejar al argentino en el banquillo debería estar multado. Hasta que el partido se aturdió, suyas fueron todas las acciones dignas de mención en el Atlético. Un control magnífico en el minuto dos con disparo alto y otro tiro desde fuera del área en el primer tiempo. En el segundo sólo Ricardo frenó su vaselina y terminó entregando un pase de gol a Torres que también resolvió el portero de Osasuna. Aparece poco, pero cuando lo hace siempre ocurre algo. No hay otro futbolista en este grupo del que se pueda decir lo mismo. Ayer ni siquiera Torres, desaparecido, obtuso, desesperado especialmente tras fallar el penalti.
A esas alturas, el panorama había mudado. Aguirre, vista la maniobra del otro banquillo, removió el suyo a la vuelta de los vestuarios. Metió a Gabi y dejó fuera a Galletti. Logró con ello igualar la superioridad en el centro del campo y se hizo con las riendas del partido. Mejoró el aspecto general del equipo y en este cambio de escenario, Osasuna se diluyó. Al final del partido, el grupo navarro no había tirado ni una vez a puerta.
Ese dominio local se fue haciendo cada vez más grande, cada vez mejor. Los rechaces siempre fueron de Luccin, Maniche o Gabi, colocados como estaban en la frontal del área con los centrales a apenas una decena de metros, única forma viable, la estrechez entre líneas, de hacer una presión digna. Llegó entonces el penalti, claro, y el fallo, claro también. El Calderón cerró los ojos. Con todos los defectos de su propuesta, el Atlético había merecido los tres puntos y no los iba a sumar. Hasta que apareció Zé Castro para, con la derecha, pasar el balón entre miles de piernas.