Domingo, 21 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6244.
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 ESPAÑA
«En Senegal tenía 20 años, en España tengo 17»
Los menores inmigrantes procedentes del Africa subsahariana mienten sobre su edad para evitar la repatriación a su país
ANA DEL BARRIO. Enviada especial

TENERIFE.- Cuando se le pregunta a Souleymane Kanole que cuál es su edad, responde con otra pregunta: «¿Dónde, aquí o en Senegal?». Cuando la periodista le replica atónita que por qué tiene dos edades diferentes, contesta con una sinceridad aplastante: «En Senegal tenía 20 años, en España tengo 17».

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Souleyman es un inmigrante senegalés que está internado en el centro de menores de La Esperanza en la isla canaria de Tenerife. Fue bien adiestrado por las mafias sobre lo que tenía que contar nada más pisar tierras españolas: «Me dijeron que si decía que era menor no me iban a expulsar y me ayudarían a tener los papeles».

No es el único caso. Si en Canarias es una hora menos, los inmigrantes también tienen menos años en el archipiélago que en su país de origen. Bakary Diop posee 16 años en suelo canario cuando en su país alcanzaba los 17. Cuestión de supervivencia. Son mentiras piadosas frecuentes entre los chicos para no ser apeados del sueño europeo.

A todos los inmigrantes que llegan a España susceptibles de ser menores se les practica una prueba ósea para determinar su edad. La prueba no es exacta y tiene un margen de error, pero el fiscal siempre determina la edad más baja para no perjudicar al menor.

El destino de un inmigrante cambia radicalmente de sobrepasar o no la barrera de los 18 años. Si el inmigrante es mayor de edad pasa a un centro de internamiento de extranjeros donde permanece ingresado 40 días, mientras se tramita su repatriación. Si no es deportado, acaba en la Península con una orden de expulsión imposible de cumplir y que le impide conseguir los papeles.

Por el contrario, si es menor pasa a un centro de acogida, donde recibe cursos de formación y de español, tutelado por las comunidades autónomas hasta que cumpla 18 años.

Todas estas ventajas han provocado que las mafias se hayan especializado en traer a menores -verdaderos o falsos- y a lo largo de 2006 las Islas Canarias hayan vivido una avalancha sin precedentes. Los centros canarios han estado completamente colapsados con más de 900 muchachos, cuando su capacidad es de 300.

Los chicos viven relativamente satisfechos en el centro tinerfeño de La Esperanza, gestionado por la Asociación Solidaria Mundo Nuevo, aunque se enfrentan a una cruda realidad. Vienen con la idea de ponerse a trabajar cuanto antes para enviar dinero a sus familias, pero se dan de bruces con que la legislación española no se lo permite. «Aquí me tratan como un niño. Yo en Senegal tenía 20 años», se queja uno de ellos.

Es entonces cuando comienza la frustración por no poder cumplir las expectativas de sus familias. Sus parientes han invertido gran parte de su dinero y sus bienes para que tomasen el cayuco rumbo a España. «Mi padre vendió tres vacas para que yo viniese aquí. Mi hermano dejó Senegal para llegar a España y no sabemos qué pasó con él. No conocemos si ha llegado vivo o no», cuenta Souleymane.

En muchas ocasiones, cuando se ponen en contacto con sus parientes -casi todos tienen teléfono móvil- reciben duras reprimendas de sus padres, que les dicen que no vuelvan a llamar hasta que no trabajen y tengan dinero.

«Los chicos son alegres, tranquilos, respetuosos, con muchas inquietudes, ganas de aprender el idioma y de empezar a trabajar. Pero cuando llegan a España ven que no hay papeles y que el empleo está más lejos todavía», afirma la directora del centro María Antonia Melián.

Los muchachos reciben por las mañanas cursos de español y tienen varios talleres, como el de percusión, uno de sus preferidos ya que pueden revivir los ritmos de su tierra. Reciben una paga mensual de 60 euros y tienen libertad para moverse y hacer excursiones, aunque el centro está bastante apartado del núcleo urbano.

La convivencia entre ellos es buena aunque a veces surgen conflictos entre los menores marroquíes y los senegaleses que, tradicionalmente, no se llevan bien. «Desde que llegaron los marroquíes comenzaron a desaparecernos las cosas», se queja Falli Wollow, de 16 años.

Para llegar hasta aquí Cherif Ediaye pasó siete jornadas de travesía en cayuco rodeado de tiburones. El miedo le atenazó durante siete días y siete noches, pero al final el sufrimiento valió la pena. El mito del triunfo de los que viajan a Europa recorre el territorio africano: «Los emigrantes que salen de Senegal tienen mucho dinero, se compran coches y una bonita casa», explica Cherif.

Eso es lo que les cuentan en su país. Nadie les habla de los sin papeles que vagan por las calles, dando tumbos, sin trabajo y sin comida que llevarse a la boca.

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